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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Aprende a Orar...

Aprende a Orar

Reflexiones para el cristiano de hoy

Trabajar por amor
La ocupación profesional tiene una relación directa con la felicidad cuando nace y se ordena al amor

Por: J. López | Fuente: opusdei. es

El hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor [1]. Al leer estas palabras de san Josemaría, es posible que dentro de nuestras almas surjan algunas preguntas que den paso a un diálogo sincero con Dios: ¿para qué trabajo?, ¿cómo es mi trabajo?, ¿qué pretendo o qué busco con mi labor profesional? Es la hora de recordar que el fin de nuestra vida no es hacer cosas sino amar a Dios. La santidad no consiste en hacer cosas cada día más difíciles, sino en hacerlas cada día con más amor [2].

Mucha gente trabaja -y trabaja mucho-, pero no santifica su trabajo. Hacen cosas, construyen objetos, buscan resultados, por sentido del deber, por ganar dinero, o por ambición; unas veces triunfan y otras fracasan; se alegran o se entristecen; sienten interés y pasión por su tarea, o bien, decepción y hastío; tienen satisfacciones junto con inquietudes, temores y preocupaciones; unos se dejan llevar por la inclinación a la actividad, otros por la pereza; unos se cansan, otros procuran evitar a toda costa el cansancio...

Todo esto tiene un punto en común: pertenece a un mismo plano, el plano de la naturaleza humana herida por las consecuencias del pecado, con sus conflictos y contrastes, como un laberinto en el que el hombre que vive según la carne, en palabras de san Pablo - el animalis homo -, deambula, atrapado en un ir de aquí para allá, sin encontrar el camino de la libertad y su sentido.

Ese camino y ese sentido sólo se descubren cuando se levanta la mirada y se contempla la vida y el trabajo en esta tierra con la luz de Dios que ve desde de lo alto. La gente -escribe san Josemaría en Camino - tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. -Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen [3].