Diversas vicisitudes
En el año 613 los persas invadieron Jerusalén y aniquilaron la guarnición bizantina. El rey persa Cosroes II Abharwez (el Victorioso) mandó al obispo de Jerusalén deportado, junto con las reliquias de la cruz, a la ciudad de Ctesifonte, cerca de Bagdad.
La indignación de los bizantinos fue tal que inmediatamente hicieron la guerra contra los persas. Tras la rendición del rey, el emperador Heraclio pidió que se le fuera devuelta la reliquia. Este se llevó en procesión la parte de la cruz a Constantinopla y mandó reedificar la iglesia del Santo Sepulcro.
Un año después, las reliquias eran devueltas a Jerusalén.
En el año 638 los musulmanes reconquistaron Jerusalén y con ella tomaron control sobre la reliquia de la cruz. Entre momentos de tolerancia y de venganzas, la cruz quedó en sus manos junto con la ciudad. Tras ser recuperada por los cruzados la ciudad de Jerusalén tomó el apelativo de “civitas crucis” pues ahí se encontraba la reliquia más importante de la cristiandad.
Se encomendó su custodia a la Orden del Temple, que la portaba en las batallas más decisivas para asegurar la victoria.[1]
Caída en manos del sultán Saladino tras la batalla de Hattin (1187), se pierde toda traza de la cruz, que es reclamada infructuosamente por el rey de Aragón Jaime II al sultán Muhammad An-Nasir, en las embajadas llevadas a cabo en el marco del rescate del comandante templario de la guarnición de la isla de Arwad (fray Dalmau de Rocabertí, las más intensas de las cuales son de 1303-1304 y 1305-1306 (llevadas a cabo por Eymeric de Usall).[1]
En el año 613 los persas invadieron Jerusalén y aniquilaron la guarnición bizantina. El rey persa Cosroes II Abharwez (el Victorioso) mandó al obispo de Jerusalén deportado, junto con las reliquias de la cruz, a la ciudad de Ctesifonte, cerca de Bagdad.
La indignación de los bizantinos fue tal que inmediatamente hicieron la guerra contra los persas. Tras la rendición del rey, el emperador Heraclio pidió que se le fuera devuelta la reliquia. Este se llevó en procesión la parte de la cruz a Constantinopla y mandó reedificar la iglesia del Santo Sepulcro.
Un año después, las reliquias eran devueltas a Jerusalén.
En el año 638 los musulmanes reconquistaron Jerusalén y con ella tomaron control sobre la reliquia de la cruz. Entre momentos de tolerancia y de venganzas, la cruz quedó en sus manos junto con la ciudad. Tras ser recuperada por los cruzados la ciudad de Jerusalén tomó el apelativo de “civitas crucis” pues ahí se encontraba la reliquia más importante de la cristiandad.
Se encomendó su custodia a la Orden del Temple, que la portaba en las batallas más decisivas para asegurar la victoria.[1]
Caída en manos del sultán Saladino tras la batalla de Hattin (1187), se pierde toda traza de la cruz, que es reclamada infructuosamente por el rey de Aragón Jaime II al sultán Muhammad An-Nasir, en las embajadas llevadas a cabo en el marco del rescate del comandante templario de la guarnición de la isla de Arwad (fray Dalmau de Rocabertí, las más intensas de las cuales son de 1303-1304 y 1305-1306 (llevadas a cabo por Eymeric de Usall).[1]