Los contextos en los que nace un nuevo invento
Fue en París, la ciudad en la que en aquellos años las artes, las letras y las ciencias tenían su mejor asiento, donde nació la fotografía (pocos años después nacería también aquí el cine de la mano de los hermanos Lumière).
Los historiadores de la fotografía establecen conexiones entre esta y el contexto social, cultural y político en los que aparece. Gracias a la expansión de la burguesía y a pesar de la crítica de algunos destacados personajes de la época, como los escritores Dostoievski, Balzac y Baudelaire, la fotografía se extendió con rapidez desde el mismo momento de su aparición.
La burguesía, clase social en alza, había encontrado en el nuevo invento el mejor medio de autorrepresentación, en conformidad con sus condiciones económicas e ideológicas. El hecho de que las fotografías estuvieran hechas por una máquina las convertía en algo distinto al resto de las formas de representación existentes hasta entonces, sobre todo al del aristocrático retrato pictórico, y las dotaba de un cierto respeto porque la ciencia comenzaba a instalarse en la sociedad como autoridad indiscutible.
A la burguesía le vino bien un arte que contribuía a la ritualidad social y a la vanidad autocomplaciente de la clase dirigente. La fotografía constituyó la gran oportunidad para conservar el imaginario colectivo de toda una sociedad, como atestigua que uno de los géneros más frecuentes fuera el retrato, constituido en referente de la nueva clase social en alza. El realismo impecable de la fotografía fascinaba a los observadores y a los clientes. Y además vino a satisfacer también la necesidad de perpetuar los acontecimientos sociales y políticos que ya se venían representando en grabados y pinturas.
Desde la aparición de las Bellas Artes la fotografía es el primer medio de reproducción de la realidad verdaderamente revolucionario. Su cualidad de uniformidad y repetibilidad causó una verdadera ruptura entre las culturas de la Edad Media y el Renacimiento con la de la naciente sociedad industrial.
Román Gubern sitúa el nacimiento de la fotografía en la misma época que el socialismo, un sincronismo entre una propuesta ideológica para un proyecto democrático de masas y una tecnología nueva para la democratización de la cultura. Su nacimiento coincide también con el ascenso del utilitarismo y de la filosofía positivista de Comte, quien aspira a un conocimiento científico y exacto del mundo, y a la objetividad, por lo que el periodismo sería muy pronto una de las actividades más beneficiadas por el nuevo invento al aportar la credibilidad como elemento supuestamente neutro a los textos de las informaciones.
En arte triunfaba el expresionismo, y en literatura el naturalismo, que aspiraba a una descripción más real y científica del mundo (Zola, su máximo representante, era un gran aficionado a la fotografía y tenía un laboratorio en cada una de sus residencias de Médan, Verneuil y París).
Es coetánea, también, del ferrocarril, que brinda a los viajeros la percepción del instante a través de las ventanillas de los vagones del tren, congelando ese instante visual. La fotografía vino a cubrir un hueco en el mundo cultural del siglo xix y dio por terminada la oralidad como principal testigo presencial de la realidad al convertir a esta en un objeto material.
Fue en París, la ciudad en la que en aquellos años las artes, las letras y las ciencias tenían su mejor asiento, donde nació la fotografía (pocos años después nacería también aquí el cine de la mano de los hermanos Lumière).
Los historiadores de la fotografía establecen conexiones entre esta y el contexto social, cultural y político en los que aparece. Gracias a la expansión de la burguesía y a pesar de la crítica de algunos destacados personajes de la época, como los escritores Dostoievski, Balzac y Baudelaire, la fotografía se extendió con rapidez desde el mismo momento de su aparición.
La burguesía, clase social en alza, había encontrado en el nuevo invento el mejor medio de autorrepresentación, en conformidad con sus condiciones económicas e ideológicas. El hecho de que las fotografías estuvieran hechas por una máquina las convertía en algo distinto al resto de las formas de representación existentes hasta entonces, sobre todo al del aristocrático retrato pictórico, y las dotaba de un cierto respeto porque la ciencia comenzaba a instalarse en la sociedad como autoridad indiscutible.
A la burguesía le vino bien un arte que contribuía a la ritualidad social y a la vanidad autocomplaciente de la clase dirigente. La fotografía constituyó la gran oportunidad para conservar el imaginario colectivo de toda una sociedad, como atestigua que uno de los géneros más frecuentes fuera el retrato, constituido en referente de la nueva clase social en alza. El realismo impecable de la fotografía fascinaba a los observadores y a los clientes. Y además vino a satisfacer también la necesidad de perpetuar los acontecimientos sociales y políticos que ya se venían representando en grabados y pinturas.
Desde la aparición de las Bellas Artes la fotografía es el primer medio de reproducción de la realidad verdaderamente revolucionario. Su cualidad de uniformidad y repetibilidad causó una verdadera ruptura entre las culturas de la Edad Media y el Renacimiento con la de la naciente sociedad industrial.
Román Gubern sitúa el nacimiento de la fotografía en la misma época que el socialismo, un sincronismo entre una propuesta ideológica para un proyecto democrático de masas y una tecnología nueva para la democratización de la cultura. Su nacimiento coincide también con el ascenso del utilitarismo y de la filosofía positivista de Comte, quien aspira a un conocimiento científico y exacto del mundo, y a la objetividad, por lo que el periodismo sería muy pronto una de las actividades más beneficiadas por el nuevo invento al aportar la credibilidad como elemento supuestamente neutro a los textos de las informaciones.
En arte triunfaba el expresionismo, y en literatura el naturalismo, que aspiraba a una descripción más real y científica del mundo (Zola, su máximo representante, era un gran aficionado a la fotografía y tenía un laboratorio en cada una de sus residencias de Médan, Verneuil y París).
Es coetánea, también, del ferrocarril, que brinda a los viajeros la percepción del instante a través de las ventanillas de los vagones del tren, congelando ese instante visual. La fotografía vino a cubrir un hueco en el mundo cultural del siglo xix y dio por terminada la oralidad como principal testigo presencial de la realidad al convertir a esta en un objeto material.