Y la libró de ponzoña
María Alejandra Hernández. La tarde del jueves 6 de septiembre de 2007, María Alejandra jugaba con los otros niños en el patio de las casas-hogar empotradas en la zona rural cercana a Caracas. No hubo mayor alboroto, solo el llanto de rigor por la picadura de un ‘bicho’ en el tobillo derecho. Creyendo que se trataba de un bachaco trinitario, un antialérgico fue todo lo que se suministró en el dispensario local.
“No fue hasta el 8 de septiembre cuando nos dimos cuenta de los moretones en la pierna y se podía ver que el recorrido de las venas estaba negro. Enseguida la llevamos a la clínica Santa Sofía y fue allí donde se hicieron los diagnósticos que determinaron emponzoñamiento por veneno de serpiente”, recuerda la hermana Karina Rincones, Sierva del Santísimo Sacramento y para entonces directora de las casas-hogar.
Los exámenes determinaron que la niña había sido mordida por una tigra mariposa (bothrops venezuelensis), cuyo veneno causa hematomas, sangrado, necrosis de tejido y ataca órganos vitales como hígado, páncreas y riñones. De no administrarse el antídoto antes de las 12 horas, causa la muerte.
Para las monjas, allí comenzó el milagro. Recuerda la hermana Karina que los médicos no se explicaban cómo era que la niña seguía viva 48 horas después de la mordedura, razón por la cual en un primer momento se le negó el suero antiofídico pues consideraban que no tendría ya efecto.
Cuando por fin se aceptó suministrarle el contraveneno, los médicos (ya eran cinco los dedicados al caso) informaron a las monjas que en un intento por salvar a la niña habría que cortar la necrosa pierna, pese a lo cual no daban garantía de que el veneno no hubiese afectado órganos vitales y causado daños irreversibles. De hecho, el sangrado por oídos, encías y nariz era profuso, indicativo de que el veneno había alcanzado las mucosas superiores.
“Fue cuando llamamos a la congregación y a monseñor Febres-Cordero, quien dijo que le pidiéramos al hermano Salomón por la vida de la niña”, afirma la hermana Karina, quien no tiene prurito en decir que no era en lo más mínimo devota de Salomón, una afirmación que es coreada por las hermanas Liliana y Daysidin Roca, otras dos monjas involucradas en el caso.
En pocos minutos el cura, las hermanas cuidadoras, los niños de las casas-hogar y los vecinos de la zona comenzaron una oración comunitaria a la que se sumaron las monjas de la congregación en toda Venezuela, los directores de Asoprogar, los hermanos lasallistas y cuanto quisiera rezar para que Dios, por intercesión del desconocido beato, hiciera el milagro.
Y el milagro se hizo. Dos horas después de iniciada la cadena de oración, la pierna de la niña se había desinflamado y recuperó su color natural, desapareció el sangrado de las mucosas y los valores comenzaron a mejorar. A la mañana siguiente (9 de septiembre) había una inexplicable pero franca recuperación, y un día después María Alejandra estaba en casa tras comprobarse que como por gracia divina, los signos de emponzoñamiento habían desaparecido sin dejar daño alguno, aunque sí mucho desconcierto entre los médicos.
“Ella no tiene secuelas y es una niña completamente sana”, dice la hermanan Liliana, quien junto a Karina no se separó ni un momento de la niña y a quien, nueve años después, se le siguen entrecortando la voz al recordar los difíciles momentos que vivió en la clínica.
María Alejandra Hernández. La tarde del jueves 6 de septiembre de 2007, María Alejandra jugaba con los otros niños en el patio de las casas-hogar empotradas en la zona rural cercana a Caracas. No hubo mayor alboroto, solo el llanto de rigor por la picadura de un ‘bicho’ en el tobillo derecho. Creyendo que se trataba de un bachaco trinitario, un antialérgico fue todo lo que se suministró en el dispensario local.
“No fue hasta el 8 de septiembre cuando nos dimos cuenta de los moretones en la pierna y se podía ver que el recorrido de las venas estaba negro. Enseguida la llevamos a la clínica Santa Sofía y fue allí donde se hicieron los diagnósticos que determinaron emponzoñamiento por veneno de serpiente”, recuerda la hermana Karina Rincones, Sierva del Santísimo Sacramento y para entonces directora de las casas-hogar.
Los exámenes determinaron que la niña había sido mordida por una tigra mariposa (bothrops venezuelensis), cuyo veneno causa hematomas, sangrado, necrosis de tejido y ataca órganos vitales como hígado, páncreas y riñones. De no administrarse el antídoto antes de las 12 horas, causa la muerte.
Para las monjas, allí comenzó el milagro. Recuerda la hermana Karina que los médicos no se explicaban cómo era que la niña seguía viva 48 horas después de la mordedura, razón por la cual en un primer momento se le negó el suero antiofídico pues consideraban que no tendría ya efecto.
Cuando por fin se aceptó suministrarle el contraveneno, los médicos (ya eran cinco los dedicados al caso) informaron a las monjas que en un intento por salvar a la niña habría que cortar la necrosa pierna, pese a lo cual no daban garantía de que el veneno no hubiese afectado órganos vitales y causado daños irreversibles. De hecho, el sangrado por oídos, encías y nariz era profuso, indicativo de que el veneno había alcanzado las mucosas superiores.
“Fue cuando llamamos a la congregación y a monseñor Febres-Cordero, quien dijo que le pidiéramos al hermano Salomón por la vida de la niña”, afirma la hermana Karina, quien no tiene prurito en decir que no era en lo más mínimo devota de Salomón, una afirmación que es coreada por las hermanas Liliana y Daysidin Roca, otras dos monjas involucradas en el caso.
En pocos minutos el cura, las hermanas cuidadoras, los niños de las casas-hogar y los vecinos de la zona comenzaron una oración comunitaria a la que se sumaron las monjas de la congregación en toda Venezuela, los directores de Asoprogar, los hermanos lasallistas y cuanto quisiera rezar para que Dios, por intercesión del desconocido beato, hiciera el milagro.
Y el milagro se hizo. Dos horas después de iniciada la cadena de oración, la pierna de la niña se había desinflamado y recuperó su color natural, desapareció el sangrado de las mucosas y los valores comenzaron a mejorar. A la mañana siguiente (9 de septiembre) había una inexplicable pero franca recuperación, y un día después María Alejandra estaba en casa tras comprobarse que como por gracia divina, los signos de emponzoñamiento habían desaparecido sin dejar daño alguno, aunque sí mucho desconcierto entre los médicos.
“Ella no tiene secuelas y es una niña completamente sana”, dice la hermanan Liliana, quien junto a Karina no se separó ni un momento de la niña y a quien, nueve años después, se le siguen entrecortando la voz al recordar los difíciles momentos que vivió en la clínica.