Las cosas iban de mal en peor, hasta el extremo de que, virtualmente, se declaró una abierta persecución contra los cristianos. Por entonces, Gerardo, que celebraba la misa en la iglesita de una aldea junto al Danubio, llamada Giod, tuvo la premonición de que aquel mismo día habría de recibir la corona del martirio. Terminada la visita a la aldea, el obispo y su comitiva partieron hacia la ciudad de Buda.