Ofertas de luz y gas

ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: DÍA TERCERO...

DÍA TERCERO

La Santísima Virgen nos dejó como un don precioso su sagrada imagen que es nuestro amparo y consuelo en toda tribulación

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

Grande y digno de toda nuestra gratitud es el beneficio que nos dispensó la soberana Reina de los Ángeles con su venida a Zaragoza, pero también es digno de todo nuestro aprecio, el monumento eterno, la memoria perenne de habernos dejado su sagrada Imagen como un don precioso del Cielo. ¡Oh! ¿Cómo hemos de olvidar beneficios tan singulares, si tenemos siempre a nuestra consideración un recuerdo perpetuo de las finezas de su maternal amor para con nosotros? Acudimos a los pies de tan gran Señora. ¿Pero con qué confianza? Acudimos a derramar toda la efusión de nuestro corazón, en todas nuestras angustias y tribulaciones. Y apenas llegamos a su soberana presencia, ¡oh qué consuelo experimenta luego nuestro afligido espíritu! ¡Oh, cómo se desahoga nuestro corazón en tiernos suspiros! ¡Oh qué ternura, qué dulce consuelo sentimos, cuándo nos postramos en su cámara Angelical! Nuestra alma se enajena de gozo al considerar que en este propiciatorio quedó nuestra benigna Ester, con la vara de oro del celestial Asuero en sus manos, para alcanzarnos favores y gracias. En esta casa de Ángeles, a los pies del trono de la Reina celestial, es donde se han enjugado las lágrimas de tantos afligidos, donde se han templado los gemidos de tantos desconsolados, y donde se han acallado los clamores de tantos desesperados. Todo esto publica a cada paso la gratitud de los españoles más piadosos, y de cuantos verdaderos adoradores acuden a admirar de cerca esta gloriosa Jerusalén, quienes ven cumplido en este santo Templo, de María del Pilar, lo que pedía Salomón al Señor en la dedicación de su santo Templo, cuando decía: "si el extraño y el que no es de tu pueblo, viniere de lejos atraído de la fama de tu grande nombre, y te adorare en este lugar, tú le oirás desde tu firmísima habitación, y cumplirás todas las cosas, por las que el peregrino te invocare, para que todos reconozcan y respeten su sagrado nombre, como lo hace tu querido pueblo."

Oración final. ¡Oh Madre amorosa! Yo, aunque hijo ingrato, pero defensor de vuestras glorias, publicaré a voz en grito, por todo el universo, que cuantos os han invocado en sus necesidades y peligros, han experimentado los auxilios y consuelos que generosamente derramáis sobre los que os imploran con fervor. ¡Pero cuánto mas nosotros que somos vuestros favorecidos, y que tantas pruebas tenemos de vuestra bondad y compasión! Cuantas veces hemos exclamado ¡oh, Madre de Dios del Pilar, sed nuestro amparo y consuelo en nuestra tribulación!, otras tantas nos habéis consolado. Continuad, Madre compasiva, en favorecernos, y principalmente calmad nuestros temores en la hora de nuestra muerte. ¡Oh cómo nos angustia la memoria de aquel momento terrible! Consoladora de los afligidos, asistidnos en aquella hora de turbación, y disipad todos nuestros temores. Proteged a vuestros hijos y devotos. Recibidnos en vuestros brazos, y muramos en ellos, para resucitar felizmente a la vida eterna. Concededme también la gracia particular que os pido en esta Novena, si me conviene para el mayor bien de mi alma. Criaturas todas de la tierra, saludad a María como gran Señora del universo. Amén.

Terminar con las oraciones finales para todos los días.