Lema 2019; ‘UNA ALIMENTACIÓN SANA PARA UN MUNDO #HAMBRECERO.’,
En las últimas décadas, hemos cambiado drásticamente nuestras dietas y hábitos alimentarios como resultado de la globalización, la urbanización y el aumento de los ingresos.
Hemos pasado de platos de temporada elaborados principalmente a base de plantas y ricos en fibra, a dietas hipercalóricas con un alto contenido de almidones refinados, azúcar, grasas, sal, alimentos elaborados, carne y otros productos de origen animal. Se dedica menos tiempo a preparar comidas en casa y los consumidores, sobre todo en las zonas urbanas, dependen cada vez más de supermercados, establecimientos de comida rápida, vendedores de alimentos en la vía pública y restaurantes de comida para llevar.
Una combinación de dietas poco saludables y estilos de vida sedentarios ha disparado las tasas de obesidad, no solo en los países desarrollados, sino también en los países de bajos ingresos, donde el hambre y la obesidad a menudo coexisten. Ahora, más de 672 millones de adultos y 124 millones de niñas y niños (de 5 a 19 años) son obesos, y más de 40 millones de niños menores de 5 años tienen sobrepeso, mientras que más de 820 millones de personas padecen hambre.
La dieta poco saludable constituye el principal factor de riesgo de muerte por medio de las enfermedades no transmisibles (ENT), incluidas las enfermedades cardiovasculares, la diabetes y ciertos tipos de cáncer. Los hábitos alimenticios poco saludables, relacionados con una quinta parte de las muertes en todo el mundo, también están repercutiendo adversamente en los presupuestos sanitarios nacionales, con un coste de hasta 2 billones de USD al año.
La obesidad y otras formas de malnutrición afectan a casi una de cada tres personas. Las proyecciones indican que esta proporción en el año 2025 se convertirá en uno de cada dos. La buena noticia es que existen soluciones asequibles para reducir todas las formas de malnutrición, pero requieren un mayor compromiso y la toma de más medidas a escala mundial.
En las últimas décadas, hemos cambiado drásticamente nuestras dietas y hábitos alimentarios como resultado de la globalización, la urbanización y el aumento de los ingresos.
Hemos pasado de platos de temporada elaborados principalmente a base de plantas y ricos en fibra, a dietas hipercalóricas con un alto contenido de almidones refinados, azúcar, grasas, sal, alimentos elaborados, carne y otros productos de origen animal. Se dedica menos tiempo a preparar comidas en casa y los consumidores, sobre todo en las zonas urbanas, dependen cada vez más de supermercados, establecimientos de comida rápida, vendedores de alimentos en la vía pública y restaurantes de comida para llevar.
Una combinación de dietas poco saludables y estilos de vida sedentarios ha disparado las tasas de obesidad, no solo en los países desarrollados, sino también en los países de bajos ingresos, donde el hambre y la obesidad a menudo coexisten. Ahora, más de 672 millones de adultos y 124 millones de niñas y niños (de 5 a 19 años) son obesos, y más de 40 millones de niños menores de 5 años tienen sobrepeso, mientras que más de 820 millones de personas padecen hambre.
La dieta poco saludable constituye el principal factor de riesgo de muerte por medio de las enfermedades no transmisibles (ENT), incluidas las enfermedades cardiovasculares, la diabetes y ciertos tipos de cáncer. Los hábitos alimenticios poco saludables, relacionados con una quinta parte de las muertes en todo el mundo, también están repercutiendo adversamente en los presupuestos sanitarios nacionales, con un coste de hasta 2 billones de USD al año.
La obesidad y otras formas de malnutrición afectan a casi una de cada tres personas. Las proyecciones indican que esta proporción en el año 2025 se convertirá en uno de cada dos. La buena noticia es que existen soluciones asequibles para reducir todas las formas de malnutrición, pero requieren un mayor compromiso y la toma de más medidas a escala mundial.