Misionero Apostólico en Cataluña
Como Claret no había nacido para permanecer en una sola parroquia, su espíritu le empujó hacia horizontes más vastos. En julio de 1841, cuando contaba 33 años, recibió de Roma el título de Misionero Apostólico. Por fin era alguien destinado al servicio de la Palabra, al estilo de los apóstoles. Esta clase de misioneros había desaparecido desde san Juan de Avila. A partir de entonces su trabajo fue misionar. Vic iba a ser su residencia. Claret, siempre a pie, con un mapa de hule, su hatillo y su breviario, caminaba por la nieve o en medio de las tormentas, hundido entre barrancos y lodazales. Se juntaba con arrieros y comerciantes y les hablaba del Reino de Dios. Y los convertía. Sus huellas quedaron grabadas en todos los caminos. Las catedrales de Solsona, Gerona, Tarragona, Lérida, Barcelona y las iglesias de otras ciudades se abarrotaban de gente cuando hablaba el Padre Claret. Caminando hacia Golmes le invitaron a detenerse porque sudaba; él respondía con humor: "Yo soy como los perros, que sacan la lengua pero nunca se cansan".
"Padre, confiese a mi borrico" -le dijo un arriero con tono burlón. "Quien se ha de confesar eres tú -respondió Claret- que llevas 7 años sin hacerlo y te hace buena falta". Y aquel hombre se confesó.
En otra ocasión sacó de apuros a un pobre hombre, contrabandista, convirtiendo en alubias un fardo de tabaco ante unos carabineros que les echaron el alto. La mayor sorpresa se la llevó el buen hombre cuando, al llegar a su casa, observó que el fardo de alubias se había convertido de nuevo en tabaco. Son algunas de las "florecillas claretianas" de aquella época.
Otros hechos prodigiosos se cuentan, pero sobre todo se destacaba su virtud de penetrar las conciencias. Tenía enemigos que le calumniaban y que procuraban impedir su labor misionera teniendo que salir en su defensa el arzobispo de Tarragona. Pero su temple era de acero. Todo lo resistía y salía airoso de todas las emboscadas que le tendían.
Además de la predicación el P. Claret se dedicaba a dar Ejercicios Espirituales al clero y a las religiosas, especialmente en verano. En 1844, por ejemplo, los daba a las Carmelitas de la Caridad de Vic, asistiendo a ellos santa Joaquina Vedruna.
Durante este tiempo también publicó numerosos folletos y libros. De entre ellos cabe destacar el "Camino Recto", publicado en 1843 por primera vez y que sería el libro de piedad más leído del siglo XIX. Tenía 35 años.
En 1847 fundaba junto con su amigo José Caixal, futuro obispo de Seu D´Urgel, y Antonio Palau la Librería Religiosa. Ese mismo año fundaba la Archicofradía del Corazón de María y escribía los estatutos de La Hermandad del Santísimo e Inmaculado Corazón de María y Amantes de la Humanidad, compuesta por sacerdotes y seglares, hombres y mujeres.
Es larga y digna de mención la lista de discípulos y compañeros que tuvo en aquella época, hombres que quedarían inscritos en la historia eclesiástica catalana: Esteban Sala, Manuel Subirana, beato Francisco Coll, Manuel Vilaró, Domingo Fábregas...
Como Claret no había nacido para permanecer en una sola parroquia, su espíritu le empujó hacia horizontes más vastos. En julio de 1841, cuando contaba 33 años, recibió de Roma el título de Misionero Apostólico. Por fin era alguien destinado al servicio de la Palabra, al estilo de los apóstoles. Esta clase de misioneros había desaparecido desde san Juan de Avila. A partir de entonces su trabajo fue misionar. Vic iba a ser su residencia. Claret, siempre a pie, con un mapa de hule, su hatillo y su breviario, caminaba por la nieve o en medio de las tormentas, hundido entre barrancos y lodazales. Se juntaba con arrieros y comerciantes y les hablaba del Reino de Dios. Y los convertía. Sus huellas quedaron grabadas en todos los caminos. Las catedrales de Solsona, Gerona, Tarragona, Lérida, Barcelona y las iglesias de otras ciudades se abarrotaban de gente cuando hablaba el Padre Claret. Caminando hacia Golmes le invitaron a detenerse porque sudaba; él respondía con humor: "Yo soy como los perros, que sacan la lengua pero nunca se cansan".
"Padre, confiese a mi borrico" -le dijo un arriero con tono burlón. "Quien se ha de confesar eres tú -respondió Claret- que llevas 7 años sin hacerlo y te hace buena falta". Y aquel hombre se confesó.
En otra ocasión sacó de apuros a un pobre hombre, contrabandista, convirtiendo en alubias un fardo de tabaco ante unos carabineros que les echaron el alto. La mayor sorpresa se la llevó el buen hombre cuando, al llegar a su casa, observó que el fardo de alubias se había convertido de nuevo en tabaco. Son algunas de las "florecillas claretianas" de aquella época.
Otros hechos prodigiosos se cuentan, pero sobre todo se destacaba su virtud de penetrar las conciencias. Tenía enemigos que le calumniaban y que procuraban impedir su labor misionera teniendo que salir en su defensa el arzobispo de Tarragona. Pero su temple era de acero. Todo lo resistía y salía airoso de todas las emboscadas que le tendían.
Además de la predicación el P. Claret se dedicaba a dar Ejercicios Espirituales al clero y a las religiosas, especialmente en verano. En 1844, por ejemplo, los daba a las Carmelitas de la Caridad de Vic, asistiendo a ellos santa Joaquina Vedruna.
Durante este tiempo también publicó numerosos folletos y libros. De entre ellos cabe destacar el "Camino Recto", publicado en 1843 por primera vez y que sería el libro de piedad más leído del siglo XIX. Tenía 35 años.
En 1847 fundaba junto con su amigo José Caixal, futuro obispo de Seu D´Urgel, y Antonio Palau la Librería Religiosa. Ese mismo año fundaba la Archicofradía del Corazón de María y escribía los estatutos de La Hermandad del Santísimo e Inmaculado Corazón de María y Amantes de la Humanidad, compuesta por sacerdotes y seglares, hombres y mujeres.
Es larga y digna de mención la lista de discípulos y compañeros que tuvo en aquella época, hombres que quedarían inscritos en la historia eclesiástica catalana: Esteban Sala, Manuel Subirana, beato Francisco Coll, Manuel Vilaró, Domingo Fábregas...