La noche anterior había recibido una llamada de mi hermana: “Jorge, mi mami está un poco delicada. Vamos a ingresarla a la clínica. Reza por ella”. Entonces, cuando el párroco entró a mi cuarto, me miró y me dijo: “Vengo a darte una mala noticia”. Yo sabía perfectamente de qué (o más bien de quién) se trataba. Le quité la palabra y le dije: “ ¿Mi mamá verdad?”; él dijo, “si”.