Fue un tanto gracioso, ahora que lo veo en retrospectiva… porque no estoy seguro qué sentí en ese momento. No eran ganas de llorar… no era tristeza… tampoco era alegría, obviamente. Era una especie de “estado de suspensión”. Me levanté, me bañé, me fui a rezar a la iglesia, y al volver a mi cuarto le llamé por teléfono a Karlita Estrada, mi mejor amiga. Le comenté lo que había pasado y al escucharla a ella sí lloré un poco. Quizá era más por escucharla a ella, que por mi mamá. Y es que… desde que Dios me regaló a mis dos mejores amigos, todos los días en la Santa Misa le pedí a Dios una gracia: Señor, cuando mi mamá o mi papá se vayan de este mundo, te pido QUE MIS HERMANOS (Samuel y Karlita, es decir, mis dos mejores amigos) O UNO DE ELLOS, ESTÉ CONMIGO. Dios me concedió esa gracia. Karla estaba cerca. Les explico lo increíble. Ambos están en el extranjero: Samuel (el Padre Sam) está en México, y Karla estaba en ese momento en Francia, pero había venido de vacaciones e increíblemente se iba el sábado 10. Un detallazo de Dios.