En 1689, mientras escuchaba el sermón del capuchino P. Antonio de Olivadi, creyó que tenía vocación para integrarse en su comunidad y fue admitido en ella ese mismo año. Contra el parecer de su madre, y de un tío sacerdote, ingresó en Dipignano. Al no hallar conformidad con la vida que se encontró, regresó con su familia. Pero íntimamente le parecía percibir una voz haciéndole ver que su lugar era otro. Volvió a las puertas del convento de los frailes, solo que en este caso eran las de Acri, confiando en que sería acogido y perdonado, como así fue. Por segunda vez reinició el noviciado en 1689, en esta ocasión en Belvedere. Le atenazaron las dudas, se dejó llevar de pensamientos mundanos, y nuevamente se marchó.