Después de conquistar la confianza de los guardias con su acogedora bondad, les manifestó el deseo de rezar caminando por la playa. Consintieron. Al fin y al cabo, pensaban, ¿qué podría hacer aquel buen fraile desarmado para evadir la vigilancia? Tal razonamiento, muy válido para otros hombres, se mostró ilusorio contra el indomable santo.