Por tanto, creo poder afirmar que el mercado libre de trabajo, con despido libre, sin restricciones de salario mínimo es una aportación al bien común. En efecto, tanto la mentira simple de la protección como la del salario mínimo, dividen a los empleados en dos tipos, los privilegiados que tienen trabajo y los parados que tienen sólo remotas esperanzas de encontrarlo o sólo pueden encontrar uno en condiciones infrahumanas. Si esta división es bien común, que baje Dios y lo vea. Más bien me parece que es el pleno empleo el que se puede calificar como bien común, según lo define el documento Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II: “El bien común es el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”. Y, tener un trabajo digno es una condición necesaria, aunque no suficiente, para alcanzar un cierto grado de perfección, mientras que el paro crónico que imposibilita a una persona obtener un trabajo es un paso hacia la destrucción de la persona.