Estas verdades complejas suenan a duras a los oídos acostumbrados a las mentiras simples. Por eso ante ellas hay tres tipos de personas. Primero, las que las aceptan e intentan que la sociedad las aplique. Segundo las que, llevadas por una repetición reiterada y machacona de las mentiras simples, se escandalizan y no pueden aceptarlas porque les parecen éticamente inaceptables. A éstas, normalmente cargadas de buena voluntad, el escándalo que les producen las verdades complejas les impiden seguir el razonamiento y aceptar sus conclusiones. Es más fácil y más socialmente aceptado aferrarse a las mentiras simples. Es importante intentar convencer a estas personas. Desgraciadamente, entre estas personas se encuentran muchos católicos y, más desgraciadamente todavía, muchos sacerdotes y miembros de la alta jerarquía eclesiástica. Pero nos ha sido dicho que la verdad os hará libres. En cambio, rechazar estas verdades puede hacer que uno se sienta bien. Pero esas mentiras simples son, como se ha visto antes, un atentado contra el bien común. ¿Qué es mejor para el bien común, que el salario sea –tal vez, sólo tal vez– algo más bajo y que nadie tenga el trabajo asegurado, pero que trabaje casi todo el mundo casi toda su vida[7] o que algún “ente” “garantice” el trabajo a todo el mundo con un salario ilusoriamente alto y el mundo se divida entre los privilegiados que tienen un trabajo “garantizado” y con un sueldo artificialmente alto y los marginados que es prácticamente imposible que encuentren trabajo nunca o se tengan que colocar en trabajos negros? Para alguien que ame la justicia distributiva no cabe duda, la primera. Pero a los sindicatos ideológicos parece que les gusta más la segunda. El tercer grupo de personas que se aferran a las mentiras simples son las que, siendo conscientes o no de que esas verdades complejas son verdades, no las quieren aceptar por cuestiones ideológicas. En este grupo están los populistas de izquierdas. Creo que a estas personas no merece la pena intentar convencerlas porque no hay más sordo que el que no quiere oír ni más tonto que quien no quiere razonar. Pero, tú, ¿en qué grupo estás? Yo, sin duda, en el primero. Y si eres una persona de buena voluntad, me gustaría convencerte de que estuvieras conmigo.