El grito de Simeón debe resonar en todos los pueblos: ha llegado al mundo el rey de la paz, el rey de todos los pueblos, el rey que abre las puertas del reino no solamente a los judíos, sino incluso a los pueblos paganos para quienes la luz ha brillado. Sin embargo estas palabras se entendían como una conquista, no como una participación. Qué difícil se le hace el pueblo judío y después a la primitiva Iglesia entender este sentido tan profundo de Jesús, luz de todos los pueblos. Qué difícil se nos hace ahora abrir nuestro corazón y nuestra mente a quienes son diferentes. Es cierto que decimos que estamos abiertos y que deseamos que con toda libertad vengan a adorar a Jesús todos los pueblos, todas las razas, todas las lenguas… pero también es cierto que siempre les exigimos que lo hagan a nuestro modo, con nuestras condiciones, que renuncien a sus costumbres, a su cultura y adopten las nuestras.