¿Podríamos imaginar un mundo sin el mal? Entonces no estaríamos presentes en él, porque los seres humanos somos imperfectos y pecaminosos. Y aquí entra la cuestión del libre albedrío. Sin el libre albedrío, no seríamos personas sino títeres de Dios. No podríamos amar a Dios en verdad. Debido a que Él desea tener una relación real con nosotros que implica una elección voluntaria, entonces tenía que permitir que existiera el mal.