Aunque la santificación es obra enteramente de Dios, Él, en su bondad infinita, ha hecho necesaria la correspondencia humana, y ha puesto en nuestra naturaleza la capacidad de disponernos a la acción de Dios. Mediante el cultivo de las virtudes humanas nos disponemos a la acción del Espíritu Santo. ¿Cuáles virtudes? La sinceridad, la generosidad, la abnegación, el optimismo, la perseverancia, la capacidad de trabajo y la pureza de corazón, entre otras.