Biografía
Mónica nació en Tagaste, en la actual Argelia. Sus padres eran cristianos y de una familia de vieja tradición cristiana. Su educación se le encargó a su criada, también cristiana. Se casó a una corta edad con un hombre mayor, romano y pagano, llamado Patricius o Patricio, quien tenía una posición oficial en Tagaste. Su esposo era un hombre muy enérgico y de temperamento violento que tenía hábitos libertinos. Las limosnas, buenas acciones y oraciones de Mónica incomodaban a Patricio, aun así, él la trataba con respeto.
Mónica iba a la iglesia cada día y soportó con paciencia el adulterio y la cólera de su marido. Se ganó el afecto de su suegra en poco tiempo e incluso convirtió a Patricio al cristianismo y calmó su violencia. Este murió poco después de su conversión y Mónica decidió no volver a casarse.
Mónica tuvo tres hijos que sobrevivieron a la infancia: dos varones, Agustín, Navigio y una mujer, Perpetua. Imposibilitada de asegurales el bautismo, se afligió mucho cuando Agustín enfermó. Ante esta situación de sufrimiento le preguntó a Patricio si Agustín sería bautizado, a lo cual este accedió; pero después de la recuperación de su salud revocó este consentimiento.
Pero el alivio y la alegría de Mónica debido a la recuperación de Agustín se transformaron en ansiedad debido a que él desperdiciaba su nueva vida siendo indisciplinado y, como él mismo contó, vago. Finalmente fue enviado a una escuela en Maduros. Cuando tenía 17 años y se encontraba estudiando retórica en Cartago, Patricio falleció.
En Cartago, Agustín llevaba una vida descarriada, cometió pecados graves y abrazó el maniqueísmo lo que le alejó de su madre.
Cuando regresó a su hogar compartió sus experiencias del maniqueísmo, Mónica lo echó del mismo. Sin embargo dijo haber experimentado una visión que la convenció de que se reconciliara con él.
En esa ocasión ella visitó a un obispo para que convenciera a Agustín de sus errores pero el obispo la consoló y la aconsejó que siguiera rezando por su hijo con las hoy famosas palabras:
no se perderá el hijo de tantas lágrimas.
Monica siguió a su indisciplinado hijo a Roma, donde él había ido secretamente; cuando ella arribó él ya se había ido a Milán, pero lo siguió. Allí ella encontró al obispo Ambrosio de Milán y a través de él finalmente tuvo la dicha de ver la conversión de Agustín al cristianismo tras 17 años de resistencia.
La madre, el hijo y su nieto Adeodato pasaron seis meses de verdadera paz en Rus Cassiciacum, actualmente Cassago Brianza, luego Agustín fue bautizado. A la edad de 28 años, Agustín acogió la gracia de Dios, se convirtió al cristianismo y recibió el bautismo en la iglesia de San Juan Bautista en Milán.
Sin embargo, África los reclamaba, emprendieron su viaje, se detuvieron en Cività Vecchia y en Ostia. Aquí la muerte sorprendió a Mónica, y las páginas más bellas de las Confesiones de Agustín fueron escritas como resultado de la emoción que experimentó Agustín por la muerte de su madre.
Santa Mónica es puesta por la Iglesia como ejemplo de mujer cristiana, de piedad y bondad probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aun bajo las circunstancias más adversas.
Mónica nació en Tagaste, en la actual Argelia. Sus padres eran cristianos y de una familia de vieja tradición cristiana. Su educación se le encargó a su criada, también cristiana. Se casó a una corta edad con un hombre mayor, romano y pagano, llamado Patricius o Patricio, quien tenía una posición oficial en Tagaste. Su esposo era un hombre muy enérgico y de temperamento violento que tenía hábitos libertinos. Las limosnas, buenas acciones y oraciones de Mónica incomodaban a Patricio, aun así, él la trataba con respeto.
Mónica iba a la iglesia cada día y soportó con paciencia el adulterio y la cólera de su marido. Se ganó el afecto de su suegra en poco tiempo e incluso convirtió a Patricio al cristianismo y calmó su violencia. Este murió poco después de su conversión y Mónica decidió no volver a casarse.
Mónica tuvo tres hijos que sobrevivieron a la infancia: dos varones, Agustín, Navigio y una mujer, Perpetua. Imposibilitada de asegurales el bautismo, se afligió mucho cuando Agustín enfermó. Ante esta situación de sufrimiento le preguntó a Patricio si Agustín sería bautizado, a lo cual este accedió; pero después de la recuperación de su salud revocó este consentimiento.
Pero el alivio y la alegría de Mónica debido a la recuperación de Agustín se transformaron en ansiedad debido a que él desperdiciaba su nueva vida siendo indisciplinado y, como él mismo contó, vago. Finalmente fue enviado a una escuela en Maduros. Cuando tenía 17 años y se encontraba estudiando retórica en Cartago, Patricio falleció.
En Cartago, Agustín llevaba una vida descarriada, cometió pecados graves y abrazó el maniqueísmo lo que le alejó de su madre.
Cuando regresó a su hogar compartió sus experiencias del maniqueísmo, Mónica lo echó del mismo. Sin embargo dijo haber experimentado una visión que la convenció de que se reconciliara con él.
En esa ocasión ella visitó a un obispo para que convenciera a Agustín de sus errores pero el obispo la consoló y la aconsejó que siguiera rezando por su hijo con las hoy famosas palabras:
no se perderá el hijo de tantas lágrimas.
Monica siguió a su indisciplinado hijo a Roma, donde él había ido secretamente; cuando ella arribó él ya se había ido a Milán, pero lo siguió. Allí ella encontró al obispo Ambrosio de Milán y a través de él finalmente tuvo la dicha de ver la conversión de Agustín al cristianismo tras 17 años de resistencia.
La madre, el hijo y su nieto Adeodato pasaron seis meses de verdadera paz en Rus Cassiciacum, actualmente Cassago Brianza, luego Agustín fue bautizado. A la edad de 28 años, Agustín acogió la gracia de Dios, se convirtió al cristianismo y recibió el bautismo en la iglesia de San Juan Bautista en Milán.
Sin embargo, África los reclamaba, emprendieron su viaje, se detuvieron en Cività Vecchia y en Ostia. Aquí la muerte sorprendió a Mónica, y las páginas más bellas de las Confesiones de Agustín fueron escritas como resultado de la emoción que experimentó Agustín por la muerte de su madre.
Santa Mónica es puesta por la Iglesia como ejemplo de mujer cristiana, de piedad y bondad probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aun bajo las circunstancias más adversas.