Superior general de los Jesuitas
En abril de 1541, Ignacio fue elegido superior general de su orden religiosa. Envió a sus compañeros como misioneros por Europa para crear escuelas, universidades y seminarios donde estudiarían los futuros miembros de la orden, así como los dirigentes europeos.
En 1548, sus Ejercicios espirituales fueron finalmente impresos y fue llevado incluso ante la Inquisición romana, pero fue rápidamente exculpado. Ignacio, con la ayuda de su secretario Juan Alfonso de Polanco, escribió las Constituciones jesuitas, adoptadas en 1554, las cuales crearon una organización monacal, exigiendo absoluta abnegación y obediencia al papa y superiores (perinde ac cadaver, «disciplinado como un cadáver»). Su principio fundamental se volvió el lema jesuita: Ad maiorem Dei gloriam («A mayor gloria de Dios»).
Los jesuitas jugaron un papel clave en el éxito de la Contrarreforma.
La Compañía se extendió por Europa y por todo el mundo y solamente está obligada a responder de sus actos ante el papa.
En 1551 Ignacio de Loyola quiso que se le sustituyera al frente de la Compañía, pero su solicitud de renuncia fue rechazada. Al año siguiente murió Francisco Javier, a quien Ignacio tenía en mente para que le supliera.
Surgieron divergencias en el seno de la dirección de la Compañía. Simão Rodrigues, uno de los fundadores, se rebeló contra Ignacio desde Portugal, Bobadilla criticó el modo de mando de Ignacio, y su amiga Isabel Roser quiso fundar una compañía femenina, a lo que Ignacio se negó.
Dirigió la Compañía desde su celda en Roma y fue ordenando todo lo que había ido creando hasta poco antes de su muerte. La Compañía creció y pasó a tener miles de miembros, a la vez que se granjeó muchos amigos y enemigos por todo el mundo.
Murió el 31 de julio de 1556 en su celda de la sede de los Jesuitas en Roma, como consecuencia de una larga enfermedad ligada a la vesícula.
En abril de 1541, Ignacio fue elegido superior general de su orden religiosa. Envió a sus compañeros como misioneros por Europa para crear escuelas, universidades y seminarios donde estudiarían los futuros miembros de la orden, así como los dirigentes europeos.
En 1548, sus Ejercicios espirituales fueron finalmente impresos y fue llevado incluso ante la Inquisición romana, pero fue rápidamente exculpado. Ignacio, con la ayuda de su secretario Juan Alfonso de Polanco, escribió las Constituciones jesuitas, adoptadas en 1554, las cuales crearon una organización monacal, exigiendo absoluta abnegación y obediencia al papa y superiores (perinde ac cadaver, «disciplinado como un cadáver»). Su principio fundamental se volvió el lema jesuita: Ad maiorem Dei gloriam («A mayor gloria de Dios»).
Los jesuitas jugaron un papel clave en el éxito de la Contrarreforma.
La Compañía se extendió por Europa y por todo el mundo y solamente está obligada a responder de sus actos ante el papa.
En 1551 Ignacio de Loyola quiso que se le sustituyera al frente de la Compañía, pero su solicitud de renuncia fue rechazada. Al año siguiente murió Francisco Javier, a quien Ignacio tenía en mente para que le supliera.
Surgieron divergencias en el seno de la dirección de la Compañía. Simão Rodrigues, uno de los fundadores, se rebeló contra Ignacio desde Portugal, Bobadilla criticó el modo de mando de Ignacio, y su amiga Isabel Roser quiso fundar una compañía femenina, a lo que Ignacio se negó.
Dirigió la Compañía desde su celda en Roma y fue ordenando todo lo que había ido creando hasta poco antes de su muerte. La Compañía creció y pasó a tener miles de miembros, a la vez que se granjeó muchos amigos y enemigos por todo el mundo.
Murió el 31 de julio de 1556 en su celda de la sede de los Jesuitas en Roma, como consecuencia de una larga enfermedad ligada a la vesícula.