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A los jóvenes no les resulta emocionalmente rentable comprometerse en un proyecto de vida definido porque piensan que estaría sometido a vaivenes continuos y que difícilmente llegaría a buen puerto. "Aplican la estrategia de flexibilizar los deseos y de restar compromisos; nada de esfuerzos exorbitantes cuando el beneficio no es seguro. Como el riesgo de frustración es grande, prefieren no descartar nada y definirse poco", explica Eduardo Bericat. A eso, hay que sumar un acusado pragmatismo -nuestros chicos son poco idealistas-, y lo que los expertos llaman el "presentismo", la reforzada predisposición a aprovechar el momento, "aquí y ahora", en cualquier ámbito de la vida cotidiana. De acuerdo con los estudiosos, esa actitud responde tanto a la sensación subjetiva de falta de perspectivas, como al hecho de que el alargamiento de la etapa juvenil invita a no desperdiciar "los mejores años de la vida" y a combinar el disfrute hedonista con la inversión en formación.

A falta de datos sobre el alcance del "síndrome ni-ni", el catedrático de Sociología de Sevilla explica que el pacto implícito entre el Estado, la familia y los jóvenes, pacto que compromete al primero a sufragar la educación y a la segunda a cargar con la manutención, alojamiento y ocio, hace creer a algunos jóvenes que en las actuales circunstancias pueden retrasar la toma de la responsabilidad. "Desarrollan una actitud nihilista porque no se les exige estar motivados, ni asumir responsabilidades y hay redes y paraguas sociales. En las convocatorias para cubrir plazas de becarios, me encuentro con aspirantes de treinta y tantos y hasta de cuarenta años, y lo curioso es que esos becarios se comportan como becarios. Es la profecía autocumplida. Si les llamas becarios y les pagas como tales terminarán convirtiéndose en becarios. Lo que me preocupa es la infantilización de la juventud", subraya.

"Los jóvenes de ahora no son capaces de arriesgar, son conservadores", constata Elena Rodríguez. ¿La tardía emancipación juvenil española (bastante por encima de los 30 años de media) es, sobre todo, fruto de la inestabilidad y precariedad del mercado laboral o consecuencia de ese supuesto conservadurismo? Aunque la diversidad y pluralidad de la juventud aconseja huir de las visiones unívocas, no se puede perder de vista que ellos no han tenido que vencer los obstáculos de las generaciones precedentes. "Miramos con descrédito la vida que nos ofrece la sociedad. Nuestros padres trabajaron mucho y se hipotecaron de por vida, pero tampoco les hemos visto muy felices. No es eso lo que queremos. La gente tiene pocas prisas para hacerse mayor", explica Letizia Tierra, voluntaria de una ONG. Por lo general, las personas que trabajan en asociaciones de ayuda juvenil tienden a repartir sus juicios con la medida de la botella medio llena, medio vacía.

"En el CIMO (Centro de Iniciativas de la Juventud) vemos apatía y falta de ilusión generalizada. Muchos de los 200.000 nuevos titulados universitarios anuales afrontan con pesimismo la búsqueda de empleo. Saben que hay un elevado porcentaje de puestos de cajeros, reponedores, almacenistas, dependientes, etcétera ocupados por diplomados o licenciados", afirma Yolanda Rivero, directora de esa asociación que atiende a diario a más de 600 jóvenes. Con todo, descubre también a muchos jóvenes capaces de adaptarse y de asumir retos y riesgos. "La generación JASP (jóvenes sobradamente preparados) tiene la ventaja de su mayor formación. A la vista del panorama, continúan formándose, viajan, trabajan, de camarero, si es preciso, para pagarse un master y aprovechan sus oportunidades, aunque, eso sí, en casa de papá y mamá hasta los 35 años, por lo menos".

El catedrático de Psicología Social Federico Javaloy, autor del estudio-encuesta de 2007, Bienestar y felicidad de la juventud española, cree probado que nuestros jóvenes no son apáticos y desilusionados, aunque lo estén, por contagio ambiental. "Lo que pasa es que rechazan el menú laboral que les ofrecemos. El fallo es nuestro, de nuestra educación y nuestros medios de comunicación", sostiene. Aunque las ONG encauzan en España las inquietudes que los partidos políticos son incapaces de acoger, tampoco puede decirse que la participación juvenil en ese campo sea extraordinaria. "Algo menos del 10% de los jóvenes participa en algún tipo de asociación, deportivas, en su mayoría, pero el porcentaje que lo hace en las ONG no llegará, seguramente, al 1%", indica el catedrático de Sociología de la UNED, José Félix Tezanos. Autor del estudio Juventud y exclusión social, Tezanos detecta entre los jóvenes una atmósfera depresiva, un proceso de disociación individualista, condensado en la expresión "sólo soy parte de mí mismo" y el debilitamiento de la familia. "Se está produciendo una gran quiebra cultural. Los componentes identitarios de los jóvenes no son ya las ideas, el trabajo, la clase social, la religión o la familia, sino los gustos y aficiones y la pertenencia a la misma generación y al mismo género; es decir: elementos microespaciales, laxos y efímeros", subraya.

El sociólogo de la UNED se pregunta hasta cuándo aguantará el colchón familiar español y qué pasará cuando se jubilen los padres que tienen a sus hijos viviendo en casa. A su juicio, el previsible declive de la clase media, la falta de trabajos cualificados -"el bedel de mi facultad es ingeniero", indica-, el becarismo rampante, la baja natalidad y el desfase en gasto social respecto a Europa están creando una atmósfera inflamable que abre la posibilidad de estallidos similares a los de Grecia o Francia. "Podemos asistir al primer proceso masivo de descenso social desde los tiempos de la Revolución francesa", augura.

Más apocalíptico se manifiesta Alain Touraine en el prólogo del libro de José Félix Tezanos. "Nuestra sociedad no tiene mucha confianza en el porvenir puesto que excluye a aquellos que representan el futuro" (...) "Se piensa que los jóvenes van a vivir peor que sus padres", escribe el intelectual francés. Y añade: "Avanzamos hacia una sociedad de extranjeros a nuestra propia sociedad" (...) "Si hay una tendencia fuerte, es que tendremos un mundo de esclavos libres, por un lado, y a un mundo de tecnócratas, por otro" (...) "Los jóvenes tienen que trabajar de manera tan competitiva, que se acaban rompiendo (...) No están sólo desorientados, es que, en realidad, no hay pistas, no hay camino, no hay derecha, izquierda, adelante, detrás".

Nadie parece saber, en efecto, con qué se sustituirá la vieja ecuación de la formación-trabajo-estatus estable, si, como pregonan estos sociólogos, la educación en la cultura del esfuerzo toca a su fin y gran parte de los empleos apenas darán para malvivir. Aunque estamos ante una generación pragmática que no ha soñado con cambiar el mundo, muchos estudiosos creen que la juventud no permitirá, sin lucha, la desaparición de la clase media. "El mundo que alumbró la Ilustración, la Revolución francesa y la Revolución industrial está agotado. La superproducción y la superabundancia material en estructuras de gran desigualad social carecen de sentido, hay que repensar muchas cosas, construir otra sociedad", afirma Eduardo Bericat.

Las dinámicas encaminadas a establecer nuevas formas de relaciones personales, la búsqueda de una mayor solidaridad y espiritualidad, más allá de los partidos y religiones convencionales, los intentos de combatir la crisis y de conciliar trabajo y familia, el ecologismo y hasta el nihilismo denotan, a su juicio, que algo se mueve en las entretelas de esa generación. "Son alternativas que, aisladamente, pueden resultar peregrinas, pero que, en conjunto, marcan la búsqueda de un nuevo modelo de sociedad ", dice el profesor. ¿Será posible que esta juventud supuestamente acomodaticia y refractaria a la utopía sea la llamada a abrir nuevos caminos?