Martirio de Vicente de Huesca
La tradición más antigua sobre la pasión de Vicente nos la da el poema V del Peristephanon, una oda en honor de los mártires escrita por el poeta calagurritano Prudencio, y datable a finales del siglo iv. Según este poema, Vicente fue colocado en una cruz en aspa y después en la catasta, donde le rompieron los huesos, le azotaron, y le abrieron las carnes con uñas de garfios de acero. Pero, no pudiendo minar su resistencia, mandó entonces Daciano que fuese desollado y colocado en una parrilla en ascuas. Fue arrojado más tarde a una mazmorra, donde falleció poco después. Su cuerpo fue abandonado en un basurero (donde se levantaría una ermita, hoy parroquia de San Vicente Mártir en Benimámet), donde fue defendido por un cuervo frente a la amenaza de un lobo. Continúa diciendo el poema que, para asegurarse la desaparición del cuerpo, Daciano ordenó arrojarlo al mar, en un pellejo, con una piedra de molino; pero el cuerpo fue devuelto a la orilla, siendo de allí recogido y escondido por la comunidad cristiana. Tras la legalización del cristianismo en 313, los restos de Vicente recibieron sepultura, como ya se dijo más arriba, a las afueras de Valencia, en el lugar donde hoy se alza la actual parroquia de Cristo Rey, en cuyo presbiterio se conserva un supuesto pedazo de la piedra de molino con la que le arrojaron al mar.
Tras la invasión musulmana, las reliquias fueron trasladadas a Portugal, al Algarbe (el Cabo de San Vicente le debe su nombre) y de allí llegaron a Lisboa en el siglo xii, tras la conquista de la ciudad por Alfonso I. Los restos están contenidos en una arqueta guardada en la catedral de la capital portuguesa, cuya diócesis le tiene como patrono.
La tradición más antigua sobre la pasión de Vicente nos la da el poema V del Peristephanon, una oda en honor de los mártires escrita por el poeta calagurritano Prudencio, y datable a finales del siglo iv. Según este poema, Vicente fue colocado en una cruz en aspa y después en la catasta, donde le rompieron los huesos, le azotaron, y le abrieron las carnes con uñas de garfios de acero. Pero, no pudiendo minar su resistencia, mandó entonces Daciano que fuese desollado y colocado en una parrilla en ascuas. Fue arrojado más tarde a una mazmorra, donde falleció poco después. Su cuerpo fue abandonado en un basurero (donde se levantaría una ermita, hoy parroquia de San Vicente Mártir en Benimámet), donde fue defendido por un cuervo frente a la amenaza de un lobo. Continúa diciendo el poema que, para asegurarse la desaparición del cuerpo, Daciano ordenó arrojarlo al mar, en un pellejo, con una piedra de molino; pero el cuerpo fue devuelto a la orilla, siendo de allí recogido y escondido por la comunidad cristiana. Tras la legalización del cristianismo en 313, los restos de Vicente recibieron sepultura, como ya se dijo más arriba, a las afueras de Valencia, en el lugar donde hoy se alza la actual parroquia de Cristo Rey, en cuyo presbiterio se conserva un supuesto pedazo de la piedra de molino con la que le arrojaron al mar.
Tras la invasión musulmana, las reliquias fueron trasladadas a Portugal, al Algarbe (el Cabo de San Vicente le debe su nombre) y de allí llegaron a Lisboa en el siglo xii, tras la conquista de la ciudad por Alfonso I. Los restos están contenidos en una arqueta guardada en la catedral de la capital portuguesa, cuya diócesis le tiene como patrono.