Federalismo ibérico
Frente a la unión monárquico-dinástica, surgió una alternativa federalista y republicana. Influidos por la Revolución de 1848 en Francia, unos 400 españoles y portugueses emigrados en París crearon el Club Ibérico y organizaron una manifestación frente al ayuntamiento en la que, precedidos de una bandera con emblemas ibéricos, vitorearon a la federación. En estas circunstancias el «iberismo» pasó a ser un movimiento contra el régimen establecido. Los republicanos seguían creciendo y no era ajeno a ello un iberismo cada vez más fuerte que abogaba por la "federación ibérica". Entre los más fervientes seguidores de la federación ibérica en España se encontraban republicanos como Francisco Pi i Margall, Sixto Cámara, Fernando Garrido, etc. Los republicanos demócratas partidarios del iberismo insistían en la importancia de la reforma social. También recibieron influencias de los primeros socialistas utópicos de Europa: Saint-Simon, Fourier, etc.
En la década de 1850, en Portugal, jóvenes republicanos como Henriques Nogueira o J. Casal Ribeiro sostuvieron la postura iberista. Nogueira publicó Estudos sobre a reforma em Portugal en 1851, donde rechazaba el fusionismo-centralista y defendía un federalismo que, enraizado en la tradición, respetara particularismos locales o regionales, leyes y costumbres. Por otra parte, los artículos que Ribeiro publicó en la Revue Lusitanienne en el año 1852 defendían una unión ibérica en forma de régimen republicano federal. En 1854 se publicó en Oporto el libro Federacão Iberica (anónimo), que contenía el interesante "Proyecto de bases para la constitución federal de los Estados Unidos de Iberia". En este proyecto Iberia era una República federal formada por varios Estados con capital en Lisboa.
Cámara escribió A União Iberica, editada en Lisboa en 1859, en la que se decantaba a favor de la fundación de sendas repúblicas en España y Portugal, y su consiguiente confederación. Su activismo le había llevado a relacionarse con los movimientos republicanos que surgían fuera de España, y a instancias de Mazzini, intentó organizar una "Legión Ibérica" formada por republicanos españoles y portugueses para apoyar a Garibaldi en Nápoles.
Fernando Garrido fue uno de los políticos que con más ardor defendió el federalismo utópico. Postulaba para la península ibérica la formación de una federación, llamada la Federación Ibérica o los Estados Unidos de Iberia, integrada por un conjunto "probablemente" de dieciocho Estados en los que había "afinidades de idioma, origen, historia y geografía". Estos Estados eran: Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Vascongadas, Aragón, Navarra, Cataluña, Baleares, Asturias, Galicia, Extremadura, Trás-os-Montes, Beira, Alentejo, Sevilla, Valencia, Andalucía, Murcia, Canarias.
Por su parte, Francisco Pi y Margall, sin preocuparse por las divisiones territoriales de los Estados que iban a componer la Federación ibérica, abogó reiteradamente por una federación autonomista y el "pacto proudhoniano", empezando por los municipios hasta alcanzar la formación del Estado.
Sostuvo que «feliz para uno como para otro pueblo el día en que el sol los alumbre confundidos en una sola nación e identificados con un mismo pensamiento» (que fructificaría en lo ibérico).
Frente a la unión monárquico-dinástica, surgió una alternativa federalista y republicana. Influidos por la Revolución de 1848 en Francia, unos 400 españoles y portugueses emigrados en París crearon el Club Ibérico y organizaron una manifestación frente al ayuntamiento en la que, precedidos de una bandera con emblemas ibéricos, vitorearon a la federación. En estas circunstancias el «iberismo» pasó a ser un movimiento contra el régimen establecido. Los republicanos seguían creciendo y no era ajeno a ello un iberismo cada vez más fuerte que abogaba por la "federación ibérica". Entre los más fervientes seguidores de la federación ibérica en España se encontraban republicanos como Francisco Pi i Margall, Sixto Cámara, Fernando Garrido, etc. Los republicanos demócratas partidarios del iberismo insistían en la importancia de la reforma social. También recibieron influencias de los primeros socialistas utópicos de Europa: Saint-Simon, Fourier, etc.
En la década de 1850, en Portugal, jóvenes republicanos como Henriques Nogueira o J. Casal Ribeiro sostuvieron la postura iberista. Nogueira publicó Estudos sobre a reforma em Portugal en 1851, donde rechazaba el fusionismo-centralista y defendía un federalismo que, enraizado en la tradición, respetara particularismos locales o regionales, leyes y costumbres. Por otra parte, los artículos que Ribeiro publicó en la Revue Lusitanienne en el año 1852 defendían una unión ibérica en forma de régimen republicano federal. En 1854 se publicó en Oporto el libro Federacão Iberica (anónimo), que contenía el interesante "Proyecto de bases para la constitución federal de los Estados Unidos de Iberia". En este proyecto Iberia era una República federal formada por varios Estados con capital en Lisboa.
Cámara escribió A União Iberica, editada en Lisboa en 1859, en la que se decantaba a favor de la fundación de sendas repúblicas en España y Portugal, y su consiguiente confederación. Su activismo le había llevado a relacionarse con los movimientos republicanos que surgían fuera de España, y a instancias de Mazzini, intentó organizar una "Legión Ibérica" formada por republicanos españoles y portugueses para apoyar a Garibaldi en Nápoles.
Fernando Garrido fue uno de los políticos que con más ardor defendió el federalismo utópico. Postulaba para la península ibérica la formación de una federación, llamada la Federación Ibérica o los Estados Unidos de Iberia, integrada por un conjunto "probablemente" de dieciocho Estados en los que había "afinidades de idioma, origen, historia y geografía". Estos Estados eran: Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Vascongadas, Aragón, Navarra, Cataluña, Baleares, Asturias, Galicia, Extremadura, Trás-os-Montes, Beira, Alentejo, Sevilla, Valencia, Andalucía, Murcia, Canarias.
Por su parte, Francisco Pi y Margall, sin preocuparse por las divisiones territoriales de los Estados que iban a componer la Federación ibérica, abogó reiteradamente por una federación autonomista y el "pacto proudhoniano", empezando por los municipios hasta alcanzar la formación del Estado.
Sostuvo que «feliz para uno como para otro pueblo el día en que el sol los alumbre confundidos en una sola nación e identificados con un mismo pensamiento» (que fructificaría en lo ibérico).