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Cuando los indígenas son más sabios que los urbanitas: cuatro niños: Lesly, Soleiny, Tien y Cris sobreviven 40 días y 40 noches tras un accidente aéreo en la jungla colombiana

Por Ferran Martínez-Aira

Lunes primero de mayo de 2023. Una vetusta avioneta Cessna 206 HK despega en la mañana temprano de Araracuara, una localidad indígena remota en el Amazonas colombiano donde no llegan las carreteras y las únicas vías de transporte son las aguas y los cielos. A bordo viajan el piloto, Hernán Murcia, el líder indígena Hernán Mendoza, y Macarena Mucuy con sus cuatro hijos, Lesly, de 13 años, Soleiny, de nueve, Tien, de cuatro, y Cris, de apenas 11 meses-
El padre de los pequeños había recibido amenazas de las disidencias de las extintas Farc. Salió semanas antes hacia Bogotá, y su esposa e hijos viajaban para reunirse con él en la capital colombiana, según las autoridades. Estos vuelos son comunes y baratos en las zonas remotas donde prácticamente es la única vía de comunicación. Pero también son peligrosos: algunas de las avionetas utilizadas en esos trayectos datan incluso de la Segunda Guerra Mundial y los accidentes son comunes, aunque generalmente no ocupan la portada de los periódico.

Avanzado el viaje, el piloto se da cuenta de que existe un fallo en los motores, y emite una señal de SOS. No logra hacer maniobrar la avioneta, y se estrella, de forma vertical, aunque algo amortiguada, probablemente por la espesa arboleda que hay entre los departamentos de Caquetá y Guaviare. Los niños milagrosamente sobreviven al impacto en el que pierden la vida los tres adultos. El accidente les produce probablemente un shock inmediato. Han corrido ríos de tinta sobre su supervivencia en la selva, pero lo hicieron, además, perdiendo a su madre por el camino. Sin embargo, los cuatro pequeños han logrado mantenerse con vida, solos, durante 40 días y 40 noches en mitad de la jungla colombiana, donde habitan depredadores, insectos venenosos, todo tipo de reptiles, y cualquier bocado a un fruto equivocado provoca la muerte.

No sabemos cuántos días tardaron los cuatro hermanos en abandonar el lugar del impacto, pero lo que está claro es que lo hicieron, porque fueron hallados a unos 5 kms de la avioneta siniestrada, aunque los militares creen que podrían haber recorrido mucha más distancia, quizás incluso caminando en círculos. Ante ellos tenían la espesura. No era un bosque. No era una selva cercana a comunidades habitadas. Era pura jungla, un lugar donde, según los militares, no podía verse a más de 20 metros de distancia debido a la abundante vegetación.

El mismo abuelo de los niños confirmó, hace semanas, el rudo entorno al que se enfrentaban: "Este es un monte [como los indígenas se refieren a la jungla] virgen, no hay ningún pueblo o comunidad, ni siquiera los indígenas conocen este sector", señaló a la cadena Blu Radio, convencido de que “una entidad en la espesura estaba guiando a los menores por el lugar lleno de misterio".

Fuentes militares han confirmado que los pequeños se alimentaban con ramas y tallos. Fundamental fue la hermana mayor, Lesly, que guió al grupo por la selva. Los huitoto, etnia a la que pertenecen los niños, enseñan, como muchos otros pueblos originarios, técnicas de supervivencia a los niños desde muy pequeños. La sabiduría de Lesly, que sabía lo que podían y lo que no debían ingerir, salvó a sus hermanos de una muerte segura como les hubiera sucedido a los niños urbanitas en esas mismas circunstancias. Su alimento básico fue el avichure (similar al maracuyá). cuando los animales lo consumen, golpean otra rama y caen algunos al piso.

Lesly, Soleiny, Tien y Cris estuvieron, además, calmando su sed con el agua que caía de los árboles. En la región donde cayó la avioneta llueve durante 16 horas al día. Encontrar el líquido vital no era problema, pero las extremas condiciones climáticas sí. Los niños las sufrieron durante casi mes y medio, y su piel ha quedado afectada. Además, las frecuentes y críticas tormentas dificultaron considerablemente la acción de los rescatistas, al impedir las comunicaciones vía satélite y también el movimiento de aeronaves como los helicópteros que estuvieron buscando a los niños.

Dieciséis días después del accidente, las fuerzas militares logran hallar la avioneta siniestrada. Su sorpresa es mayúscula cuando encuentran los cuerpos de los tres adultos, pero no de los niños. En las horas que siguieron encontraron pruebas de vida de los menores: un pañal usado, unas tijeras, unos coleteros y, después, hasta un rudimentario campamento hecho con palos. La conclusión es clara: los niños están vivos, y hay que encontrarlos.

Comienza una búsqueda sin descanso de los niños perdidos. Bogotá envía a más de un centenar de militares a la selva, y tres días después se les unen 70 representantes de las distintas comunidades indígenas de Colombia. Esa colaboración entre los militares y los pueblos originarios, que conocen cómo moverse en el terreno, ha sido básica para encontrar a los niños., aunque "En realidad quienes hicieron el trabajo fue esa célula combinada. Quienes los hallaron fueron esos indígenas de la comunidad Murui, fueron ellos los que los encontraron y luego se reunieron con una célula de nuestros hombres de los comandos especiales", cargo de la operación, reconociendo que los indígenas saben entender la selva e interpretar las huellas.

Hace unos días ocurrió algo que cambió la perspectiva. Wilson, un perro rescatista, pastor belga de seis años, se perdió en la selva, dejando a sus cuidadores. Esa semana se encontraron huellas del perro junto a las de uno de los pequeños. Militares e indígenas lo tuvieron entonces claro: el can había encontrado a los menores, y se desplazaba junto a ellos.

Todos admiten que las huellas de Wilson fueron clave para encontrar a los niños extraviados. El pasado viernes finalmente se produjo el hallazgo, Ni los soldados ni los mandos lo podían creer. Milagro, milagro, milagro milagro uno por cada niño. Acababa con final feliz una historia que los colombianos y el resto de mortales recordaremos durante generaciones.