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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Magnitud de los viajes...

Magnitud de los viajes

Pablo hacía generalmente sus viajes a pie (2 Corintios 11, 26).​​ El esfuerzo realizado por Pablo de Tarso en sus viajes es digno de mención. Si se cuenta únicamente el número de kilómetros de los tres viajes por Asia Menor, se puede dar el siguiente resultado, según Josef Holzner:​

● Primer viaje: desde Atalia, el puerto a donde llegó desde Chipre, hasta Derbe, ida y vuelta, 1.000 km.

● Segundo viaje: desde Tarso hasta Tróade, 1.400 km. Si se tiene en cuenta el desplazamiento por Galacia hasta su capital, Ancira, hay que añadir 526 km más. Por lo tanto, solamente dentro del Asia Menor recorrió por lo menos 1.926 km. Este cálculo de mínimos se debe a que la narración de los Hechos de los Apóstoles es muy general y se limita a decir que anduvo por las regiones de Galacia y Misia.

● Tercer viaje: de Tarso hasta Éfeso, 1 150 km. A ello hay que sumar el recorrido por la región de Galacia. En este viaje, solo dentro del Asia Menor recorrió un mínimum de 1 700 km.

A lo anterior habría que añadir los viajes por tierras de Europa y por mar, los caminos difíciles, las diferencias de altitud, etc. De una forma muy vívida, Pablo mismo describió en el pasaje siguiente lo que estos viajes implicaron:

En peligros de muerte he estado muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez fui apedreado; tres veces padecí naufragio; un día y una noche pasé en el abismo. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en la ciudad; peligros en despoblado; peligros en el mar; peligros entre falsos hermanos; trabajos y fatigas; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?

2 Corintios 11, 23c-29

En efecto, como viajero desprotegido de toda escolta, sería víctima fácil de bandidos, en particular en zonas rurales poco frecuentadas. Los viajes marítimos no eran más seguros: los vientos podían ser de ayuda proa al este, pero era peligroso poner rumbo a poniente y los naufragios eran frecuentes en cualquier sentido. Aun en las grandes ciudades greco-romanas como Éfeso, Pablo no dejaba de ser un judío, posiblemente con un zurrón al hombro, queriendo cuestionar toda la cultura en nombre de quien había sido considerado un criminal crucificado.​ Ni aun los «suyos» (los de su «clase», «raza» o «estirpe», es decir, los judíos) dejaban de sancionarlo.​ Finalmente, su labor ni siquiera finalizaba luego de predicar el evangelio de Jesucristo o conformar una comunidad.​

El teólogo protestante alemán Gustav Adolf Deissmann enfatizó el punto al comentar en 1912 que sentía «indecible admiración» a vista del esfuerzo puramente físico de Pablo, que con toda razón podía decir de sí mismo que «azotaba su cuerpo y lo domaba como a un esclavo» (1 Corintios 9, 27).