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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Valoraciones de Pablo de Tarso...

Valoraciones de Pablo de Tarso

Tanto durante su vida como en las siguientes generaciones, la figura y el mensaje de Pablo de Tarso fueron motivo de debate, generaron juicios de valor marcadamente contrastantes, y llegaron a suscitar reacciones extremas.​ De hecho, el propio Clemente de Roma sugirió que Pablo fue entregado a la muerte «por celos y envidias».​

Por una parte, tres de los padres apostólicos de los siglos I y II, Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía (particularmente en su Carta a los romanos) y Policarpo de Esmirna (en su Epístola a los filipenses), se refirieron a Pablo y manifestaron su admiración por él.​ Policarpo llegó a expresar que no sería capaz de aproximarse a «la sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo»:

«Porque ni yo ni otro alguno semejante a mí puede competir con la sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo, quien, morando entre vosotros, a presencia de los hombres de entonces, enseñó puntual y firmemente la palabra de la verdad; y ausente luego, os escribió cartas, con cuya lectura, si sabéis ahondar en ellas, podréis edificaros en orden a la fe que os ha sido dada […]».

Policarpo de Esmirna, Epístola a los filipenses III

Por otra, la corriente judeocristiana de la Iglesia primitiva tendió a ser refractaria a Pablo, a quien pudo considerar rival de Santiago y Pedro, los líderes de la Iglesia de Jerusalén.​ De allí que especialistas como Bornkamm interpreten que la Segunda epístola de Pedro, un escrito canónico tardío datado de los años 100-150, expresa cierta «cautela» respecto de las epístolas paulinas. Si bien esta carta menciona a Pablo como «querido hermano», parece tratar sus escritos con alguna reserva por las dificultades que podrían suscitarse en su comprensión, con lo que «los débiles o no formados podrían torcer su doctrina, para su propia perdición» (2 Pedro 3, 15-16).

Los padres de la Iglesia subsiguientes avalaron y utilizaron las cartas de Pablo de forma sostenida. Ireneo de Lyon, a fines del siglo II y a propósito de la sucesión apostólica en las distintas iglesias, señaló a Pablo junto a Pedro como base de la Iglesia de Roma.​ Contra los extremismos, tanto de los judeocristianos antipaulinos como de Marción y de los gnósticos, el propio Ireneo expuso su postura según la cual existía consonancia entre los evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las cartas paulinas y las Escrituras hebreas:

Todavía hemos de añadir a las palabras del Señor las palabras de Pablo, examinar su pensamiento, exponer al apóstol, aclarar todo lo que ha recibido de otras interpretaciones por parte de los herejes, que no comprenden lo más mínimo de lo que dijo Pablo, mostrar la estupidez de su locura y demostrar, precisamente a partir de Pablo —de quien ellos sacan sus objeciones contra nosotros—, que son unos mentirosos, mientras que el apóstol, heraldo de la verdad, enseñó todas las cosas plenamente de acuerdo con la predicación de la verdad […].

Ireneo de Lyon, Adversus haereses IV, 41, 4.

Quizá el culmen de la influencia de Pablo de Tarso entre los padres de la Iglesia haya tenido lugar en la teología de Agustín de Hipona, en particular contra el pelagianismo.​ La diversidad notable de valoraciones de la figura y obra de Pablo continuaron a través del tiempo, y se puede resumir en el decir de Romano Penna:

San Juan Crisóstomo lo exaltaba como superior a muchos ángeles y arcángeles (cf Paneg. 7,3); Martín Lutero sostenía que no había nada en el mundo tan audaz como su predicación (cf Tischr. 2,277); un hereje ibérico del s. VIII, Migecio, proclamaba incluso que en él se había encarnado el Espíritu Santo; y un estudioso de comienzos del s. XX lo consideraba como el segundo fundador del cristianismo (W. Wrede). Otras definiciones son más corrientes, como «el misionero más grande», «el decimotercer apóstol», «el primero después del Único» o, más simplemente, el «vaso de elección» (que Dante, Inf. 2,28, toma de Hechos 9, 15).

R. Penna

Las interpretaciones que de los escritos de Pablo de Tarso hicieron Martín Lutero, Juan Calvino tuvieron influencia importante en la Reforma Protestante del siglo XVI. En el siglo XVIII, el epistolario paulino fue fuente de inspiración para el movimiento de John Wesley en Inglaterra. En el siglo XIX, resurgió la hostilidad declarada contra Pablo. Quizá el detractor más extremo en su ferocidad haya sido Friedrich Nietzsche en su obra El Anticristo,​ donde acusa a Pablo y a las primeras comunidades cristianas de desvirtuar totalmente el mensaje de Jesús:

A la «buena nueva» le sucedió inmediatamente la peor de todas: la de Pablo […] La vida, el ejemplo, la doctrina, la muerte, el sentido y el derecho del evangelio entero, todo eso dejó de existir cuando este falsario por odio comprendió que era lo único que podía usar. ¡No la realidad, no la verdad histórica! […] Borró sencillamente el ayer, el anteayer del cristianismo, se inventó una historia del «cristianismo primitivo» […] Más tarde la Iglesia falseó incluso la historia de la humanidad, convirtiéndola en prehistoria del cristianismo...

Friedrich Nietzsche, El Anticristo, 42.

Paul de Lagarde quien pregonaba una «religión alemana» y una «iglesia nacional», atribuyó lo que él consideró la «evolución nefasta del cristianismo» al hecho de que «una persona absolutamente incompetente (Pablo) logró influir en la iglesia».​ En las antípodas, la teología dialéctica de Karl Barth, un antecedente intelectual relevante en la lucha contra el nacionalsocialismo, nació con el comentario de 1919 de este teólogo suizo a la Carta a los romanos.


Con todo, Raymond E. Brown previno acerca de dos tendencias: (1) la que propende a maximizar ciertas perspectivas anacrónicas referidas a Pablo, y (2) la que extrema las diferentes posturas que pudieran haber existido en las primeras comunidades cristianas.​ Más allá de las diferencias entre el cristianismo paulino por un lado y el judeocristianismo de Santiago y Pedro por otro, ellos mantuvieron una fe en común.​ Y la fecha tardía de la redacción de la Segunda epístola de Pedro permite suponer que las diferencias de opinión existentes entre las distintas corrientes básicas del cristianismo primitivo no sofocaron su pluralidad interna, tal como cristalizó en el canon bíblico.