Ancestros e historia de la domesticación
El perro es una subespecie doméstica del lobo, según la comparación de los mapas genéticos de ambas especies. La evidencia fósil más antigua de un perro domesticado fue encontrada en 2008 en la cueva Goyet de Bélgica, correspondiente a unos 31.700 años y al parecer asociado a la cultura auriñaciense. Hasta entonces las pruebas más remotas se habían encontrado en Rusia, con una antigüedad de 14.000 años (Eliseevich). El ser humano consiguió domesticar a ejemplares de lobos o, más probablemente, se demostró incapaz de impedir que los lobos se introdujeran en sus aldeas y tuvieran allí a sus cachorros. El perro era útil como ayuda en la caza y para defender al grupo y su morada, como demuestran grabados de hace 6000 años en Arabia Saudí. Poco a poco, el hombre los adaptó a sus necesidades, creando diferentes razas para las distintas labores y características ambientales y geográficas. La evidencia genética y arqueológica sugiere que el proceso de domesticación se produjo en los dos extremos de África y Eurasia de forma independiente —aunque posteriormente la población oriental reemplazó casi por completo a la occidental—, así como en las culturas que poblaron todo el continente americano.
El ser humano se dio cuenta rápidamente de los finos sentidos del olfato y el oído que tenía el perro: su olfato es más potente que el del humano —su área olfatoria es veinte veces más gruesa, en el caso del pastor alemán tiene una superficie treinta y cuatro veces mayor y cuarenta veces más células olfatorias que los humanos— y su oído es capaz de percibir sonidos muy por debajo y por encima del rango que oyen los humanos. Estas ventajas aumentan su utilidad para la caza y las labores de guarda tales como el pastoreo y protección de los rebaños. Los perros son muy valorados por su ayuda en la caza. Los perros enterrados en el cementerio mesolítico de Svaerdborg en Dinamarca muestran que, en la antigua Europa, eran ya una valiosa compañía. Como animal de costumbres sociales, que convive en grupos perfectamente jerarquizados, se adaptó a convivir con los humanos.
Los perros han acompañado al ser humano en su proceso a la civilización. Su presencia está probada en todas las culturas del mundo. Así, en Perú, en la era prehispánica, los moches los usaban como ayuda en la caza y también como mascotas en casa. En el entierro del Señor de Sipán, se encontraron dentro de las tumbas restos de un perro que seguramente se usó en la caza, ya que el cráneo tenía perfectamente desarrollados sus molares.
El cráneo y los dientes del perro doméstico han disminuido de tamaño con relación al lobo al no necesitar matar presas grandes. Así mismo, al pasar de una dieta de carne a una constituida por los desechos provenientes de la alimentación de los humanos, desarrollaron cerebros más pequeños que requieren menos calorías y menos proteínas para su crecimiento y sustento.
La percepción del perro por parte del ser humano ha variado y varía según las culturas. En varias etnias americanas anteriores a 1492, tal y como aún ocurre en zonas del Extremo Oriente Asiático, los perros eran usados directamente como alimento. En zonas del Oriente Medio el perro ha sido asociado por su aspecto con los chacales —de hecho científicamente se creyó hasta el desarrollo de la genética a fines del siglo XX que los perros comunes de todo el mundo eran descendientes de chacales— y al ser los chacales animales principalmente carroñeros, los perros también han sido considerados impuros en esa zona. Quizás la única especie de perro que no desciende del lobo es el perro fueguino que descendería del culpeo.
En 2016, Angela Perri, del Departamento de Evolución Humana del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, propone que los perros modernos podrían no descender del mismo linaje que el lobo gris moderno, sino de una subespecie de lobo del Pleistoceno aún sin identificar.
El perro es una subespecie doméstica del lobo, según la comparación de los mapas genéticos de ambas especies. La evidencia fósil más antigua de un perro domesticado fue encontrada en 2008 en la cueva Goyet de Bélgica, correspondiente a unos 31.700 años y al parecer asociado a la cultura auriñaciense. Hasta entonces las pruebas más remotas se habían encontrado en Rusia, con una antigüedad de 14.000 años (Eliseevich). El ser humano consiguió domesticar a ejemplares de lobos o, más probablemente, se demostró incapaz de impedir que los lobos se introdujeran en sus aldeas y tuvieran allí a sus cachorros. El perro era útil como ayuda en la caza y para defender al grupo y su morada, como demuestran grabados de hace 6000 años en Arabia Saudí. Poco a poco, el hombre los adaptó a sus necesidades, creando diferentes razas para las distintas labores y características ambientales y geográficas. La evidencia genética y arqueológica sugiere que el proceso de domesticación se produjo en los dos extremos de África y Eurasia de forma independiente —aunque posteriormente la población oriental reemplazó casi por completo a la occidental—, así como en las culturas que poblaron todo el continente americano.
El ser humano se dio cuenta rápidamente de los finos sentidos del olfato y el oído que tenía el perro: su olfato es más potente que el del humano —su área olfatoria es veinte veces más gruesa, en el caso del pastor alemán tiene una superficie treinta y cuatro veces mayor y cuarenta veces más células olfatorias que los humanos— y su oído es capaz de percibir sonidos muy por debajo y por encima del rango que oyen los humanos. Estas ventajas aumentan su utilidad para la caza y las labores de guarda tales como el pastoreo y protección de los rebaños. Los perros son muy valorados por su ayuda en la caza. Los perros enterrados en el cementerio mesolítico de Svaerdborg en Dinamarca muestran que, en la antigua Europa, eran ya una valiosa compañía. Como animal de costumbres sociales, que convive en grupos perfectamente jerarquizados, se adaptó a convivir con los humanos.
Los perros han acompañado al ser humano en su proceso a la civilización. Su presencia está probada en todas las culturas del mundo. Así, en Perú, en la era prehispánica, los moches los usaban como ayuda en la caza y también como mascotas en casa. En el entierro del Señor de Sipán, se encontraron dentro de las tumbas restos de un perro que seguramente se usó en la caza, ya que el cráneo tenía perfectamente desarrollados sus molares.
El cráneo y los dientes del perro doméstico han disminuido de tamaño con relación al lobo al no necesitar matar presas grandes. Así mismo, al pasar de una dieta de carne a una constituida por los desechos provenientes de la alimentación de los humanos, desarrollaron cerebros más pequeños que requieren menos calorías y menos proteínas para su crecimiento y sustento.
La percepción del perro por parte del ser humano ha variado y varía según las culturas. En varias etnias americanas anteriores a 1492, tal y como aún ocurre en zonas del Extremo Oriente Asiático, los perros eran usados directamente como alimento. En zonas del Oriente Medio el perro ha sido asociado por su aspecto con los chacales —de hecho científicamente se creyó hasta el desarrollo de la genética a fines del siglo XX que los perros comunes de todo el mundo eran descendientes de chacales— y al ser los chacales animales principalmente carroñeros, los perros también han sido considerados impuros en esa zona. Quizás la única especie de perro que no desciende del lobo es el perro fueguino que descendería del culpeo.
En 2016, Angela Perri, del Departamento de Evolución Humana del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, propone que los perros modernos podrían no descender del mismo linaje que el lobo gris moderno, sino de una subespecie de lobo del Pleistoceno aún sin identificar.