Iconografía
La imagen de San Bartolomé a lo largo de la Historia del Arte ha sufrido escasas modificaciones siendo común la representación del santo en el momento del martirio, siendo desollado, bien sobre un potro o atado a un árbol. También se le ha representado obrando milagros: resucitando a los hijos del rey Polimio y liberando a la hija de este, poseída por el demonio. En escasas ocasiones aparece siendo flagelado.
En el arte suele representársele con un gran cuchillo, aludiendo a su martirio, pues según el martirologio fue desollado vivo, razón por la que es el patrón de los curtidores. En relación también con su martirio aparece en ocasiones despellejado, mostrando su piel cogida en el brazo como si se tratara de una prenda de vestir. En la época barroca es común verlo representado como apóstol, con largo manto blanco, haciendo las escrituras sagradas y mostrando el cuchillo.
También se le representa sujetando con una cadena a una diablesa. El origen de este símbolo puede ser doble: 1º En los evangelios apócrifos, San Bartolomé requiere a Cristo resucitado que le muestre al maligno Belial. Después de habérselo mostrado, Jesús le indica "Písale la cerviz y pregúntale"; 2º Según la tradición, expulsó a un demonio, denominado "Astaroth", de un templo donde este vivía dentro de una estatua; San Bartolomé demostró la ineficacia de la estatua, que decía curar las enfermedades, expulsó al demonio y consagró el templo a Jesús.
Respecto a su fisonomía, el santo es representado según la descripción que Berith hace a los enfermos y que se recrea así en La leyenda dorada de Santiago de la Vorágine: Es un hombre de estatura corriente, cabellos ensortijados y negros, tez blanca, ojos grandes, nariz recta y bien proporcionada, barba espesa y un poquito entrecana. Su semblante presenta constantemente aspecto alegre y risueño. Santiago de la Vorágine añade que se mantuvo ajeno al amor de las cosas en este mundo, vivió pendiente de los amores celestiales y toda su vida permaneció apoyado en la gracia y auxilio divino, no sosteniéndose en sus propios méritos sino sobre la ayuda de Dios.
La imagen de San Bartolomé a lo largo de la Historia del Arte ha sufrido escasas modificaciones siendo común la representación del santo en el momento del martirio, siendo desollado, bien sobre un potro o atado a un árbol. También se le ha representado obrando milagros: resucitando a los hijos del rey Polimio y liberando a la hija de este, poseída por el demonio. En escasas ocasiones aparece siendo flagelado.
En el arte suele representársele con un gran cuchillo, aludiendo a su martirio, pues según el martirologio fue desollado vivo, razón por la que es el patrón de los curtidores. En relación también con su martirio aparece en ocasiones despellejado, mostrando su piel cogida en el brazo como si se tratara de una prenda de vestir. En la época barroca es común verlo representado como apóstol, con largo manto blanco, haciendo las escrituras sagradas y mostrando el cuchillo.
También se le representa sujetando con una cadena a una diablesa. El origen de este símbolo puede ser doble: 1º En los evangelios apócrifos, San Bartolomé requiere a Cristo resucitado que le muestre al maligno Belial. Después de habérselo mostrado, Jesús le indica "Písale la cerviz y pregúntale"; 2º Según la tradición, expulsó a un demonio, denominado "Astaroth", de un templo donde este vivía dentro de una estatua; San Bartolomé demostró la ineficacia de la estatua, que decía curar las enfermedades, expulsó al demonio y consagró el templo a Jesús.
Respecto a su fisonomía, el santo es representado según la descripción que Berith hace a los enfermos y que se recrea así en La leyenda dorada de Santiago de la Vorágine: Es un hombre de estatura corriente, cabellos ensortijados y negros, tez blanca, ojos grandes, nariz recta y bien proporcionada, barba espesa y un poquito entrecana. Su semblante presenta constantemente aspecto alegre y risueño. Santiago de la Vorágine añade que se mantuvo ajeno al amor de las cosas en este mundo, vivió pendiente de los amores celestiales y toda su vida permaneció apoyado en la gracia y auxilio divino, no sosteniéndose en sus propios méritos sino sobre la ayuda de Dios.