Pontificado (590-604)
Al acceder al papado el 3 de septiembre de 590, Gregorio se vio obligado a enfrentar las arduas responsabilidades que pesaban sobre todo obispo del siglo VI pues, no pudiendo contar con la ayuda bizantina efectiva, los ingresos económicos que reportaban las posesiones de la Iglesia hicieron que el papa fuera la única autoridad de la cual los ciudadanos de Roma podían esperar algo. No está claro si en esta época existía aún el Senado romano, pero en todo caso no intervino en el gobierno, y la correspondencia de Gregorio nunca menciona a las grandes familias senatoriales, emigradas a Constantinopla, desaparecidas o venidas a menos.
Solo él poseía los recursos necesarios para asegurar la provisión de alimentos de la ciudad y distribuir limosnas para socorrer a los pobres. Para esto empleó los vastos dominios administrados por la Iglesia, y también escribió al pretor de Sicilia solicitándole el envío de grano y de bienes eclesiásticos.
Intentó infructuosamente que las autoridades imperiales de Rávena repararan los acueductos de Roma, destruidos por el rey ostrogodo Vitiges en el año 537.
En el año 592, la ciudad fue atacada por el rey lombardo Agilulfo. En vano se esperó la ayuda imperial; ni siquiera los soldados griegos de la guarnición recibieron su paga. Fue Gregorio quien debió negociar con los lombardos, logrando que levantaran el asedio a cambio de un tributo anual de 500 libras de oro (probablemente entregadas por la Iglesia de Roma). Así, negoció una tregua y luego un acuerdo para delimitar la Tuscia romana (la parte del ducado romano situada al norte del Tíber) y la Tuscia propiamente dicha (la futura Toscana), que a partir de entonces sería lombarda. Este acuerdo fue ratificado en 593 por el exarca de Rávena, representante del Imperio bizantino en Italia.
En una oportunidad, Gregorio fijó su atención en un grupo de cautivos que estaba en el mercado público de Roma para ser vendidos como esclavos. Los cautivos eran altos, bellos de rostro y todos rubios, lo que resultó más llamativo para Gregorio. Movido por la piedad y la curiosidad preguntó de dónde provenían. «Son anglos», respondió alguien. «Non angli sed angeli» («No son anglos sino ángeles»), señaló Gregorio.
Este episodio motivó a Gregorio a enviar misioneros al norte, trabajo que estuvo a cargo del obispo Agustín de Canterbury. Cuando Agustín llegó a Inglaterra escribió una carta a Gregorio, preguntándole qué debía hacer con los santuarios paganos en donde se practicaban sacrificios humanos. La respuesta de Gregorio (preservada en el libro de Beda) fue: «No destruyan los santuarios, límpienlos», en referencia a que los santuarios paganos debían ser re-dedicados a Dios.
Gregorio trabó alianzas con las órdenes monásticas y con los reyes de los francos en la confrontación con los ducados lombardos, adoptando la posición de un poder temporal separado del Imperio.
También organizó las tareas administrativas y litúrgicas eclesiásticas.
Gregorio falleció el 12 de marzo del año 604; su epitafio lo denominó Cónsul de Dios. 3 Fue declarado doctor de la Iglesia por Bonifacio VIII el 20 de septiembre de 1295, aunque el título ya aparecía hacia 800. Es uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia occidental, junto con Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán.
Al acceder al papado el 3 de septiembre de 590, Gregorio se vio obligado a enfrentar las arduas responsabilidades que pesaban sobre todo obispo del siglo VI pues, no pudiendo contar con la ayuda bizantina efectiva, los ingresos económicos que reportaban las posesiones de la Iglesia hicieron que el papa fuera la única autoridad de la cual los ciudadanos de Roma podían esperar algo. No está claro si en esta época existía aún el Senado romano, pero en todo caso no intervino en el gobierno, y la correspondencia de Gregorio nunca menciona a las grandes familias senatoriales, emigradas a Constantinopla, desaparecidas o venidas a menos.
Solo él poseía los recursos necesarios para asegurar la provisión de alimentos de la ciudad y distribuir limosnas para socorrer a los pobres. Para esto empleó los vastos dominios administrados por la Iglesia, y también escribió al pretor de Sicilia solicitándole el envío de grano y de bienes eclesiásticos.
Intentó infructuosamente que las autoridades imperiales de Rávena repararan los acueductos de Roma, destruidos por el rey ostrogodo Vitiges en el año 537.
En el año 592, la ciudad fue atacada por el rey lombardo Agilulfo. En vano se esperó la ayuda imperial; ni siquiera los soldados griegos de la guarnición recibieron su paga. Fue Gregorio quien debió negociar con los lombardos, logrando que levantaran el asedio a cambio de un tributo anual de 500 libras de oro (probablemente entregadas por la Iglesia de Roma). Así, negoció una tregua y luego un acuerdo para delimitar la Tuscia romana (la parte del ducado romano situada al norte del Tíber) y la Tuscia propiamente dicha (la futura Toscana), que a partir de entonces sería lombarda. Este acuerdo fue ratificado en 593 por el exarca de Rávena, representante del Imperio bizantino en Italia.
En una oportunidad, Gregorio fijó su atención en un grupo de cautivos que estaba en el mercado público de Roma para ser vendidos como esclavos. Los cautivos eran altos, bellos de rostro y todos rubios, lo que resultó más llamativo para Gregorio. Movido por la piedad y la curiosidad preguntó de dónde provenían. «Son anglos», respondió alguien. «Non angli sed angeli» («No son anglos sino ángeles»), señaló Gregorio.
Este episodio motivó a Gregorio a enviar misioneros al norte, trabajo que estuvo a cargo del obispo Agustín de Canterbury. Cuando Agustín llegó a Inglaterra escribió una carta a Gregorio, preguntándole qué debía hacer con los santuarios paganos en donde se practicaban sacrificios humanos. La respuesta de Gregorio (preservada en el libro de Beda) fue: «No destruyan los santuarios, límpienlos», en referencia a que los santuarios paganos debían ser re-dedicados a Dios.
Gregorio trabó alianzas con las órdenes monásticas y con los reyes de los francos en la confrontación con los ducados lombardos, adoptando la posición de un poder temporal separado del Imperio.
También organizó las tareas administrativas y litúrgicas eclesiásticas.
Gregorio falleció el 12 de marzo del año 604; su epitafio lo denominó Cónsul de Dios. 3 Fue declarado doctor de la Iglesia por Bonifacio VIII el 20 de septiembre de 1295, aunque el título ya aparecía hacia 800. Es uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia occidental, junto con Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán.