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El consejo municipal cree que la ciudad ya tiene muchos conventos y que no hay recursos para que haya otro más. El corregidor municipal mandó a unos funcionarios para desalojar a las novicias, que se negaron y dijeron que solo respondían ante el obispo. El 30 de agosto hubo una reunión del cabildo municipal, representantes de la diócesis y de las órdenes religiosas de la ciudad. Los de la municipalidad dijeron que el Convento de San José era una amenaza para el orden público.​ El provisor del obispo leyó el breve del papa autorizando la fundación y luego se marchó.​ Posteriormente hubo una discusión. El dominico Domingo Báñez tomó la palabra para defender a las religiosas.​ Se volvieron a reunir al día siguiente. Asistió el obispo con el sacerdote Gaspar Daza, que tomó la palabra para defender a las religiosas.​ El cabildo recurrió al Consejo de Estado. Los oidores del Consejo de Estado se mostraron favorables a las religiosas y, para salvar las apariencias, el cabildo dijo que mientras contasen con ingresos fijos el nuevo convento no les importaba.​ Teresa, en lugar de achantarse, escribió a Roma para pedir un prescripto que autorizase al convento a no tener renta y que se le otorgó el 5 de diciembre.​ Durante algún tiempo la municipalidad siguió hablando de recurrir al Consejo de Estado, pero luego el asunto se olvidó.​

Durante estos sucesos, la priora de la Encarnación le pidió a Teresa que regresase al convento y ella acudió. El provincial, Ángel de Salazar, le dijo que podría regresar al Convento de San José cuando el asunto se hubiera solucionado.​ A mediados de diciembre de 1562, el obispo habló con el provincial y Teresa volvió al Convento de San José con cuatro monjas de aquel lugar.​ Entonces se cambió de nombre por Teresa de Jesús.​ Teresa nombró priora a Ana de San Juan, que provenía de la Encarnación. En 1563 Ana de San Juan regresó al Convento de la Encarnación y Teresa pasó a ser la priora. Aquel año escribió las Constituciones, que fueron aprobadas por el obispo de Ávila, Álvaro de Mendoza, y por el papa Pío IV en 1565.​ Teresa pasó en el convento cuatro años, con gran austeridad. Debían dormir en jergones de paja.​ El ayuno consistía en hacer solamente una comida fuerte al día. Consagraban ocho meses del año a los rigores del ayuno, desde el Día de la Exaltación de la Santa Cruz, en septiembre, hasta la Pascua de Resurrección, excepto los domingos y a las religiosas que argumentasen motivos de salud.​ Se abstenían por completo de comer carne. Sin embargo, con el convento de Malagón hizo una excepción y lo permitió, porque el pescado escaseaba.​

En el convento se dedicaban a la oración, a la lectura de libros religiosos recomendados por Teresa y al trabajo, donde estaban las labores cotidianas y la costura.​

Una innovación fueron los periodos de recreo. 108​ Para Teresa era muy importante que las monjas estuviesen alegres. Había dos periodos de recreo al día, en los que se dedicaban a cosas como cantar y a organizar concursos poéticos.​

Otra innovación fueron las ermitas dentro del convento.​ Estas podían ser pequeñas ermitas en el jardín, si el convento era lo bastante grande, o espacios acondicionados en el interior. En ellas la monja podía ir voluntariamente a meditar y a rezar durante un rato. El Convento de San José tuvo varias ermitas. Estas estaban decoradas con imágenes de Cristo y de los santos.​

El 13 de julio de 1563 Teresa se "descalzó": en lugar de los zapatos, que se usaban en el convento de la Encarnación, pasó a llevar unas alpargatas de cáñamo. Las demás religiosas hicieron lo mismo. Por eso pasaron a ser conocidas como carmelitas descalzas.​

Una tradición de Ávila dice que Teresa, cuando iba del Convento de la Encarnación al de San José, pasó por la Basílica de San Vicente, donde se descalzó frente a la Virgen de la Soterraña.​

En Ávila estaba el Convento de Nuestra Señora del Carmen, de carmelitas calzados. El prior era Antonio de Jesús Heredia. Este ayudó a Teresa en el Convento de la Encarnación, explicando la regla original.​

El 15 de febrero de 1567, el superior general de los carmelitas, Juan Bautista Rossi, que estaba visitando los conventos españoles, visitó el Convento de la Encarnación de Ávila. Regresó a Ávila en marzo y Teresa le invitó a que visitase el Convento de San José, de las carmelitas descalzas, aunque no se encontrase bajo su autoridad, ya que dependía del obispo. La personalidad de Teresa le impresionó. El 27 de abril de 1567 le autorizó por escrito a fundar otros conventos de carmelitas descalzas en Castilla que dependieran directamente del superior general, aunque debían tener la autorización del provincial del lugar.​

Desde la fundación del Convento de San José de Ávila, Teresa contó con la ayuda y la compañía habituales del sacerdote Julián de Ávila, que actuó como su secretario personal.