Biografía
Infancia y juventud
Su familia era muy modesta. Su padre, Francisco Guerrero, nació en Grazalema, provincia de Cádiz. Era aficionado a leer libros de religión. Su oficio principal fue cardador de lana, aunque también fue cocinero en el Convento de la Trinidad, de frailes trinitarios. Se casó en Sevilla con Josefa González, hija de padres nacidos en Arahal, provincia de Sevilla, y Zafra, provincia de Badajoz. La madre, Josefa, y la hermana mayor, Joaquina, lavaban y cosían la ropa del Convento de la Trinidad. Sin embargo, dejaron de trabajar para el convento tras la desamortización, en 1835.
Ángela nació a las siete de la tarde del 30 de enero de 1846, en una casa ubicada en el número 5 de la Plaza de Santa Lucía de Sevilla. La casa natal es conservada en la actualidad por el instituto religioso que fundó. El 2 de febrero fue bautizada en la Iglesia de Santa Lucía, con el nombre de María de los Ángeles, por el nombre de su abuela paterna, Martina, por el santo del día, y de la Santísima Trinidad, probablemente por la vinculación que habían tenido sus padres con aquel convento. La pila bautismal se conserva en la casa natal, calle Santa Lucía 5.
En la acera de enfrente se encuentra el Beaterío de la Santísima Trinidad. Josefa mantenía buena relación con estas religiosas y pasaba las tardes cosiendo con la portera del beaterío.
Tuvo catorce hermanos, aunque solamente seis alcanzaron la edad adulta; los otros ocho fallecieron durante la infancia, circunstancia entonces habitual, pues existía una alta tasa de mortalidad infantil. Los varones que llegaron a la adultez fueron José, Antonio y Francisco y las mujeres Joaquina, Ángela y Dolores.
Su padre falleció cuando Ángela era niña. Sus restos se trasladaron del cementerio a la iglesia del antiguo Convento de la Trinidad, que en la actualidad es la Basílica de María Auxiliadora, de los salesianos.
En la casa de Ángela, durante el mes de mayo, se ponía un altar a la Virgen para rezar el rosario. En su casa había una imagen de la Virgen de los Dolores y otra de la Virgen del Rosario, aunque ella era más devota de la Virgen de los Reyes, que se encuentra en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla. La familia tenía encomendado el cuidado del altar de la Virgen de la Salud de la Iglesia de Santa Lucía. 10 Cuando era pequeña, solía rezarle a la Virgen de la Salud de la Iglesia de Santa Lucía, que actualmente se encuentra en la Casa Madre de la Compañía de la Cruz, en Sevilla. Desde su infancia mostró una gran aflicción ante las personas con malos modales.
En la escuela aprendió a escribir, algo de aritmética y el catecismo.
Hizo la primera comunión en febrero de 1854.
Hacia los 12 años, empezó a trabajar en el taller de calzado de Antonia Maldonado, también en el centro de Sevilla. Antonia Maldonado era muy religiosa. Su director espiritual era el sacerdote José Torres Padilla. A última hora de la tarde, todas las operarias se reunían para rezar el rosario en un oratorio en el piso superior. Allí permaneció hasta los 29 años de forma casi ininterrumpida.
José Torres Padilla era de La Gomera, Canarias. Se ordenó sacerdote en Sevilla. Fue canónigo de la catedral y catedrático del seminario. Era un sacerdote muy respetado en la ciudad. Fue también guía espiritual de Santa Ángela. El jesuita Alfonso Torres destacó su habilidad pastoral en un discurso sobre un texto de Santa Ángela en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras del 11 de mayo de 1941, llegando a afirmar que "fue un director espiritual a lo Juan de Ávila".
Ángela daba todos los viernes su comida a los pobres y luego les pedía a Antonia Maldonado y a las otras trabajadoras pan para añadir a su limosna.
Desde su juventud practicó la mortificación personal. Desde los 15 usó como cama una tabla y una piedra como almohada. También usaba frecuentemente cilicios. Además, realizaba ayunos. Su religiosidad era conocida en el taller. Se le atribuyó un milagro, indicando que un día de lluvia había ido del taller a su casa sin mojarse nada. En otra ocasión, en 1862, cuando las trabajadoras estaban en el oratorio rezando, ella se puso a levitar. Todas la vieron y, por orden de Antonia Maldonado, bajaron sin hacer ruido al taller, donde esta les dijo que no le dijeran nada de lo sucedido a Ángela cuando regresase. Al regresar al taller, Ángela les dijo: " ¡Me dejaron ustedes dormida!". Antonia Maldonado le contó esto a José Torres, que quiso conocerla. Desde entonces fue su confesor y director espiritual.
También realizaba visitas a enfermos. En una ocasión, una señora tenía una enfermedad con llagas y se negaba a operarse porque le daba miedo, ella succionó las llagas y la enferma sanó.
En 1865, con 19 años, quiso ser monja. Torres le escribió una carta de recomendación para el Convento de San José, de las carmelitas descalzas. Ángela escribió a unas amigas de Marchena para decirles que iba a entrar en un convento. Este es el primer documento manuscrito de la santa que se conserva. Las carmelitas la consideraron muy débil de cuerpo como para resistir la labor de las legas y no le admitieron. Se conservan unas 5 000 cartas de Santa Ángela de la Cruz.
En 1869, cuando tenía 23 años, Torres le animó a intentar entrar en la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, que realizaba obras de misericordia. Estuvo con esta congregación en el Hospital de las Cinco Llagas. Pasó el postulantado y tomó el hábito de novicia. Tras esto, desarrolló un problema de salud con vómitos. La destinaron a Cuenca y luego a Valencia. Continuó con este problema de salud. Consultaron con médicos y le cuidaron mucho en la congregación con la intención de que continuase con ellas, pero el malestar persistió y tuvo que abandonar la vida religiosa. En 1870 regresó a casa con su madre, Josefa. Curiosamente, después de dejar la vida religiosa, los vómitos desaparecieron tan misteriosamente como se habían iniciado, sin dejar ninguna secuela. Ella decía que se había curado gracias a unos "soldaditos de pavía" (bacalao cortado en tiras rebozado y frito) que había comprado en una freiduría de Sevilla.
Continuó trabajando en el taller de calzado.
José Torres Padilla participó en el Concilio Vaticano I (1869-1870).
Torres también era director espiritual de una monja mercedaria llamada sor Florencia del Santísimo Sacramento. En la Cuaresma de 1873 sor Sacramento tuvo una visión después de comulgar: en el centro de un cuadro dos ángeles coronaban con una corona de rosas olorosas a una joven y escuchó una voz que decía "Esa es Angelita". Ella se lo comunicó a Torres. Para probar la veracidad del milagro, Torres envió a dos monjas a sor Sacramento para que ella dijera cuál era Angelita y esta contestó que no era ninguna de las dos. Luego mandó a Ángela y la reconoció como la joven de la visión.
En marzo de 1873 Ángela dijo haber vivido un estado del alma de gran elevación mística. Desde entonces, con permiso de su director espiritual, pasó a firmar como Ángela de la Cruz.
Un día, al salir de una misa en la capilla de la Orden Tercera de San Pedro de Alcántara, tras haber visto un cuadro en el que parecía que san Francisco de Asís estaba levitando, le dijo a su amiga que sentía un gran deseo de vivir despegada de la tierra.
El 1 de noviembre de 1873, Ángela se propuso por escrito vivir conforme a los criterios evangélicos.
Infancia y juventud
Su familia era muy modesta. Su padre, Francisco Guerrero, nació en Grazalema, provincia de Cádiz. Era aficionado a leer libros de religión. Su oficio principal fue cardador de lana, aunque también fue cocinero en el Convento de la Trinidad, de frailes trinitarios. Se casó en Sevilla con Josefa González, hija de padres nacidos en Arahal, provincia de Sevilla, y Zafra, provincia de Badajoz. La madre, Josefa, y la hermana mayor, Joaquina, lavaban y cosían la ropa del Convento de la Trinidad. Sin embargo, dejaron de trabajar para el convento tras la desamortización, en 1835.
Ángela nació a las siete de la tarde del 30 de enero de 1846, en una casa ubicada en el número 5 de la Plaza de Santa Lucía de Sevilla. La casa natal es conservada en la actualidad por el instituto religioso que fundó. El 2 de febrero fue bautizada en la Iglesia de Santa Lucía, con el nombre de María de los Ángeles, por el nombre de su abuela paterna, Martina, por el santo del día, y de la Santísima Trinidad, probablemente por la vinculación que habían tenido sus padres con aquel convento. La pila bautismal se conserva en la casa natal, calle Santa Lucía 5.
En la acera de enfrente se encuentra el Beaterío de la Santísima Trinidad. Josefa mantenía buena relación con estas religiosas y pasaba las tardes cosiendo con la portera del beaterío.
Tuvo catorce hermanos, aunque solamente seis alcanzaron la edad adulta; los otros ocho fallecieron durante la infancia, circunstancia entonces habitual, pues existía una alta tasa de mortalidad infantil. Los varones que llegaron a la adultez fueron José, Antonio y Francisco y las mujeres Joaquina, Ángela y Dolores.
Su padre falleció cuando Ángela era niña. Sus restos se trasladaron del cementerio a la iglesia del antiguo Convento de la Trinidad, que en la actualidad es la Basílica de María Auxiliadora, de los salesianos.
En la casa de Ángela, durante el mes de mayo, se ponía un altar a la Virgen para rezar el rosario. En su casa había una imagen de la Virgen de los Dolores y otra de la Virgen del Rosario, aunque ella era más devota de la Virgen de los Reyes, que se encuentra en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla. La familia tenía encomendado el cuidado del altar de la Virgen de la Salud de la Iglesia de Santa Lucía. 10 Cuando era pequeña, solía rezarle a la Virgen de la Salud de la Iglesia de Santa Lucía, que actualmente se encuentra en la Casa Madre de la Compañía de la Cruz, en Sevilla. Desde su infancia mostró una gran aflicción ante las personas con malos modales.
En la escuela aprendió a escribir, algo de aritmética y el catecismo.
Hizo la primera comunión en febrero de 1854.
Hacia los 12 años, empezó a trabajar en el taller de calzado de Antonia Maldonado, también en el centro de Sevilla. Antonia Maldonado era muy religiosa. Su director espiritual era el sacerdote José Torres Padilla. A última hora de la tarde, todas las operarias se reunían para rezar el rosario en un oratorio en el piso superior. Allí permaneció hasta los 29 años de forma casi ininterrumpida.
José Torres Padilla era de La Gomera, Canarias. Se ordenó sacerdote en Sevilla. Fue canónigo de la catedral y catedrático del seminario. Era un sacerdote muy respetado en la ciudad. Fue también guía espiritual de Santa Ángela. El jesuita Alfonso Torres destacó su habilidad pastoral en un discurso sobre un texto de Santa Ángela en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras del 11 de mayo de 1941, llegando a afirmar que "fue un director espiritual a lo Juan de Ávila".
Ángela daba todos los viernes su comida a los pobres y luego les pedía a Antonia Maldonado y a las otras trabajadoras pan para añadir a su limosna.
Desde su juventud practicó la mortificación personal. Desde los 15 usó como cama una tabla y una piedra como almohada. También usaba frecuentemente cilicios. Además, realizaba ayunos. Su religiosidad era conocida en el taller. Se le atribuyó un milagro, indicando que un día de lluvia había ido del taller a su casa sin mojarse nada. En otra ocasión, en 1862, cuando las trabajadoras estaban en el oratorio rezando, ella se puso a levitar. Todas la vieron y, por orden de Antonia Maldonado, bajaron sin hacer ruido al taller, donde esta les dijo que no le dijeran nada de lo sucedido a Ángela cuando regresase. Al regresar al taller, Ángela les dijo: " ¡Me dejaron ustedes dormida!". Antonia Maldonado le contó esto a José Torres, que quiso conocerla. Desde entonces fue su confesor y director espiritual.
También realizaba visitas a enfermos. En una ocasión, una señora tenía una enfermedad con llagas y se negaba a operarse porque le daba miedo, ella succionó las llagas y la enferma sanó.
En 1865, con 19 años, quiso ser monja. Torres le escribió una carta de recomendación para el Convento de San José, de las carmelitas descalzas. Ángela escribió a unas amigas de Marchena para decirles que iba a entrar en un convento. Este es el primer documento manuscrito de la santa que se conserva. Las carmelitas la consideraron muy débil de cuerpo como para resistir la labor de las legas y no le admitieron. Se conservan unas 5 000 cartas de Santa Ángela de la Cruz.
En 1869, cuando tenía 23 años, Torres le animó a intentar entrar en la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, que realizaba obras de misericordia. Estuvo con esta congregación en el Hospital de las Cinco Llagas. Pasó el postulantado y tomó el hábito de novicia. Tras esto, desarrolló un problema de salud con vómitos. La destinaron a Cuenca y luego a Valencia. Continuó con este problema de salud. Consultaron con médicos y le cuidaron mucho en la congregación con la intención de que continuase con ellas, pero el malestar persistió y tuvo que abandonar la vida religiosa. En 1870 regresó a casa con su madre, Josefa. Curiosamente, después de dejar la vida religiosa, los vómitos desaparecieron tan misteriosamente como se habían iniciado, sin dejar ninguna secuela. Ella decía que se había curado gracias a unos "soldaditos de pavía" (bacalao cortado en tiras rebozado y frito) que había comprado en una freiduría de Sevilla.
Continuó trabajando en el taller de calzado.
José Torres Padilla participó en el Concilio Vaticano I (1869-1870).
Torres también era director espiritual de una monja mercedaria llamada sor Florencia del Santísimo Sacramento. En la Cuaresma de 1873 sor Sacramento tuvo una visión después de comulgar: en el centro de un cuadro dos ángeles coronaban con una corona de rosas olorosas a una joven y escuchó una voz que decía "Esa es Angelita". Ella se lo comunicó a Torres. Para probar la veracidad del milagro, Torres envió a dos monjas a sor Sacramento para que ella dijera cuál era Angelita y esta contestó que no era ninguna de las dos. Luego mandó a Ángela y la reconoció como la joven de la visión.
En marzo de 1873 Ángela dijo haber vivido un estado del alma de gran elevación mística. Desde entonces, con permiso de su director espiritual, pasó a firmar como Ángela de la Cruz.
Un día, al salir de una misa en la capilla de la Orden Tercera de San Pedro de Alcántara, tras haber visto un cuadro en el que parecía que san Francisco de Asís estaba levitando, le dijo a su amiga que sentía un gran deseo de vivir despegada de la tierra.
El 1 de noviembre de 1873, Ángela se propuso por escrito vivir conforme a los criterios evangélicos.