De la sepultura de Pablo a Constantino
En esta necrópolis fue enterrado el cuerpo de San Pablo después de haber sido ejecutado en tiempos de la persecución neroniana que siguió al incendio de Roma del 64. Según algunas teorías[ ¿cuál?], tanto él como San Pedro habrían sufrido martirio ese mismo año. Eusebio de Cesarea, en cambio, sostiene que los dos murieron en el 67. Según la tradición, una matrona (llamada Lucina, pero el nombre probablemente es fruto de las leyendas posteriores) dispuso una tumba para sepultar los restos del apóstol. Hay que imaginarse una tumba pobre, un sarcófago junto a otras sepulturas de todo tipo y extracción social, más o menos como la de Pedro en la necrópolis vaticana. Antes del Edicto de Milán, ya había un culto secreto alrededor de su tumba. Sobre su tumba se construyó un edículo, cella memoriae, como sobre la tumba de san Pedro. En su Historia Eclesiástica Eusebio de Cesarea menciona una carta de Gayo, presbítero bajo el papa Ceferino (199-217), en la que se citan los dos monumentos puestos sobre la tumba de los apóstoles, uno sobre la colina vaticana y el otro a lo largo de la Vía Ostiense.
Más tarde, sobre ese lugar, objeto de continua peregrinación desde el siglo i, el emperador romano Constantino (306-337) creó una pequeña basílica, a dos kilómetros de la muralla Aureliana que circundaba Roma, saliendo por la puerta de san Pablo, de lo que resulta su nombre: fuori le mura (fuera de los muros, extramuros). Este edificio ha de incluirse en la serie de basílicas construidas por el emperador dentro pero sobre todo fuera de la ciudad, y fue la segunda fundación constantiniana en el tiempo, después de la catedral dedicada al Santo Salvador (la actual Basílica de San Juan de Letrán). Fue consagrado en noviembre de 324 por el papa Silvestre I.
Esta basílica estaba orientada hacia el oeste y tenía la entrada al este, como la basílica de San Pedro de la Ciudad del Vaticano. De ella se conserva solo la curva del ábside, visible en el altar central de la basílica actual. Se debía tratar de un pequeño edificio, probablemente de tres naves, que tenía cerca del ábside la tumba de Pablo, adornada por una cruz dorada.
En esta necrópolis fue enterrado el cuerpo de San Pablo después de haber sido ejecutado en tiempos de la persecución neroniana que siguió al incendio de Roma del 64. Según algunas teorías[ ¿cuál?], tanto él como San Pedro habrían sufrido martirio ese mismo año. Eusebio de Cesarea, en cambio, sostiene que los dos murieron en el 67. Según la tradición, una matrona (llamada Lucina, pero el nombre probablemente es fruto de las leyendas posteriores) dispuso una tumba para sepultar los restos del apóstol. Hay que imaginarse una tumba pobre, un sarcófago junto a otras sepulturas de todo tipo y extracción social, más o menos como la de Pedro en la necrópolis vaticana. Antes del Edicto de Milán, ya había un culto secreto alrededor de su tumba. Sobre su tumba se construyó un edículo, cella memoriae, como sobre la tumba de san Pedro. En su Historia Eclesiástica Eusebio de Cesarea menciona una carta de Gayo, presbítero bajo el papa Ceferino (199-217), en la que se citan los dos monumentos puestos sobre la tumba de los apóstoles, uno sobre la colina vaticana y el otro a lo largo de la Vía Ostiense.
Más tarde, sobre ese lugar, objeto de continua peregrinación desde el siglo i, el emperador romano Constantino (306-337) creó una pequeña basílica, a dos kilómetros de la muralla Aureliana que circundaba Roma, saliendo por la puerta de san Pablo, de lo que resulta su nombre: fuori le mura (fuera de los muros, extramuros). Este edificio ha de incluirse en la serie de basílicas construidas por el emperador dentro pero sobre todo fuera de la ciudad, y fue la segunda fundación constantiniana en el tiempo, después de la catedral dedicada al Santo Salvador (la actual Basílica de San Juan de Letrán). Fue consagrado en noviembre de 324 por el papa Silvestre I.
Esta basílica estaba orientada hacia el oeste y tenía la entrada al este, como la basílica de San Pedro de la Ciudad del Vaticano. De ella se conserva solo la curva del ábside, visible en el altar central de la basílica actual. Se debía tratar de un pequeño edificio, probablemente de tres naves, que tenía cerca del ábside la tumba de Pablo, adornada por una cruz dorada.