Retorno a Roma
El objetivo principal de su pontificado fue volver a fijar la sede pontificia en la ciudad de Roma, condición que la Ciudad Eterna había perdido desde que, en 1309, Clemente V la había fijado en Aviñón.
Si la Santa Sede quería salvar la unidad de la Iglesia contra las nacientes herejías, y frente al pujante nacionalismo de los Estados europeos que estaban surgiendo, debía retornar a su centro natural e histórico: Roma. La empresa, en verdad, no era en manera alguna fácil. En la Ciudad Eterna unos partidarios políticos suplantaban a sus rivales, sin otras miras que las de saciar su odio irreconciliable y sus egoísmos familiares. Las ciudades de los Estados pontificios se combatían sin descanso por idénticos o parecidos motivos.
La situación de caos y desorden que había provocado el abandono de Roma como sede papal había comenzado a cambiar con el establecimiento, en 1360, de una nueva constitución apoyada por la nobleza romana y por una recién creada milicia popular, la Societas Balestriorum Félix y Pavesotarum.
Todas las naciones cristianas, menos Francia, querían que el papa regresara a su sede en la ciudad eterna, entre ellos se encuentran el emperador Carlos IV, quien viajó en persona a Aviñón en 1365 para pedirle al papa su regreso a Roma; Petrarca que en 1366 había enviado una carta de petición con el nombre de la viuda Roma en señal de que su esposo, el papa, se había marchado y la había dejado sola; y santa Brígida de Suecia quien continuamente se lamentaba de la situación inaceptable en la que se encontraba la curia romana.
A pesar de la negativa del rey de Francia y de los cardenales franceses, el 16 de octubre de 1367, Urbano V se puso en camino hacia Roma. En Viterbo lo recibió el cardenal Gil Álvarez de Albornoz quien desde 1353, actuando como legado papal en Italia, había conseguido restablecer la soberanía papal sobre los Estados Pontificios. Sin embargo no pudo acompañarle en su entrada en Roma dado que falleció en Viterbo el 24 de agosto de 1367. El papa fue recibido solemnemente por los dos emperadores Carlos IV de occidente y Juan V Paleólogo de oriente.
El objetivo principal de su pontificado fue volver a fijar la sede pontificia en la ciudad de Roma, condición que la Ciudad Eterna había perdido desde que, en 1309, Clemente V la había fijado en Aviñón.
Si la Santa Sede quería salvar la unidad de la Iglesia contra las nacientes herejías, y frente al pujante nacionalismo de los Estados europeos que estaban surgiendo, debía retornar a su centro natural e histórico: Roma. La empresa, en verdad, no era en manera alguna fácil. En la Ciudad Eterna unos partidarios políticos suplantaban a sus rivales, sin otras miras que las de saciar su odio irreconciliable y sus egoísmos familiares. Las ciudades de los Estados pontificios se combatían sin descanso por idénticos o parecidos motivos.
La situación de caos y desorden que había provocado el abandono de Roma como sede papal había comenzado a cambiar con el establecimiento, en 1360, de una nueva constitución apoyada por la nobleza romana y por una recién creada milicia popular, la Societas Balestriorum Félix y Pavesotarum.
Todas las naciones cristianas, menos Francia, querían que el papa regresara a su sede en la ciudad eterna, entre ellos se encuentran el emperador Carlos IV, quien viajó en persona a Aviñón en 1365 para pedirle al papa su regreso a Roma; Petrarca que en 1366 había enviado una carta de petición con el nombre de la viuda Roma en señal de que su esposo, el papa, se había marchado y la había dejado sola; y santa Brígida de Suecia quien continuamente se lamentaba de la situación inaceptable en la que se encontraba la curia romana.
A pesar de la negativa del rey de Francia y de los cardenales franceses, el 16 de octubre de 1367, Urbano V se puso en camino hacia Roma. En Viterbo lo recibió el cardenal Gil Álvarez de Albornoz quien desde 1353, actuando como legado papal en Italia, había conseguido restablecer la soberanía papal sobre los Estados Pontificios. Sin embargo no pudo acompañarle en su entrada en Roma dado que falleció en Viterbo el 24 de agosto de 1367. El papa fue recibido solemnemente por los dos emperadores Carlos IV de occidente y Juan V Paleólogo de oriente.