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LÉXICO - LAS COSAS Y SUS NOMBRES - LA FRASE - EL REFRÁN - FIESTAS

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ALMANAQUES - CALENDARIOS

LAS PRIMERAS AGENDAS
Cuanto más profundiza uno en el examen de los calendarios, más claro ve que su razón de ser no es precisamente informar a los respectivos parroquianos sobre el discurrir del tiempo, sino más bien organizarles ese tiempo de forma cada vez más minuciosa, y tenerles inclinado el ánimo a lo que deben respetar y amar.

Los calendarios, es decir los señaladores de las calendas, son el más importante y eficaz medio de dirigir la vida de la gente; como los minaretes y los campanarios, desde los que salen las voces o los sonidos de trompeta o las campanadas llamando a la oración, a la alegría, al duelo y a rebato.

En los calendarios se señalan con un año de anticipación todas esas llamadas, con lo que el ánimo se predispone a cada una de ellas. Los judíos crearon el calendario fiscal mucho antes que los ministerios de hacienda. No pagaban todo el diezmo de una vez (un 10%, y encima en comodísimos y gozosos plazos, ¡quién pudiera retornar a esa suavísima y festiva presión fiscal!); tal como iban cosechando, así iban pagando los diezmos, empezando por la cebada en el mes de Nissán.

El calendario marcaba las festividades en que debían hacerse estas solemnes ofrendas. Reflejo de esa costumbre fue la señalación en el calendario cristiano de la fiesta de Pascua en que los fieles debían ponerse en paz con Dios y con la iglesia, haciendo la declaración de renta (que eso fue en esencia la confesión obligatoria por Pascua) y pagando religiosamente los diezmos debidos a la iglesia.

Los calendarios funcionaban de “agendas” (agenda es el plural neutro de ago ágere; significa “lo que hay que activar, lo que hay que mover) para todos los fieles (cada religión tiene su calendario). Pero los clérigos, los más obligados, tenían unas agendas aún más detalladas y más repletas. Si a los legos el calendario les organizaba, tanto física como anímicamente los meses, las semanas y los días, a los clérigos les tenía organizadas incluso las horas, tanto del día como de la noche. Para eso se crearon los llamados “libros de horas”. Bajo el “Ora et labora” de san Benito se organizó la vida de occidente, empezando por los monasterios. Pero éste será tema de otro artículo.

Lo singular de todos los calendarios de todos los tiempos y todos los pueblos, es que conducen y preparan el ánimo de los creyentes hacia la expectación de las fiestas y celebraciones, con lo que la preparación y el acondicionamiento anímico son extraordinarios. Tenemos como ejemplo patente en nuestro calendario y en nuestra cultura, la Navidad, con su “espíritu propio”, heredado directamente del calendario y de la liturgia de la iglesia; pero que trae un largo recorrido de tiempos mucho más antiguos. Se trata de una reminiscencia, de un residuo; porque todo el calendario egipcio, romano, hebreo, etc. estaba tachonado de fiestas que tenían su origen y primera razón de ser en la naturaleza y en las labores agrícolas a ella ligadas.

El otro gran momento del año era el resurgir de la naturaleza tras un período de apagamiento (también del ánimo), que se celebraba con austeridad y ayunos: era en nuestra cultura la Pascua, precedida de la Cuaresma, que alcanzaba su momento culminante en la Semana Santa. El calendario marcaba con especial intensidad todo este ciclo, en el que los espíritus quedaban asimismo profundamente marcados. Y a lo largo de todo el año se iban desgranando fiestas de menor entidad, en torno a las que se organizaba la vida y el espíritu.

Este fue el principal efecto de la suplantación de los almanaques, que atendían a cuestiones relacionadas con una religión más primitiva y difusa, sin más santos que los planetas, ni más lugares que las constelaciones. Con la ilustración retrocedieron los calendarios (de carácter inequívocamente religioso) para dar lugar a los almanaques, que nunca habían desaparecido; pero dándoles un contenido intelectual. Su objetivo fue alimentar el ánimo de saber, de conocer; crear el nuevo clima que daría lugar al hombre nuevo. Y junto al almanaque, muy recientemente, y en lugar del libro de las horas, la agenda, marcando día a día y hora a hora todos los quehaceres a que estaba uno obligado.

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