Desarrollo de la batalla:
La intención de los rebeldes era presentar batalla a los hombres de don Juan en el mismo Namur pero, al tener conocimiento de que el ejército real venía ya de hecho a su encuentro, decidieron retirarse a Gembloux a meditar la situación. Antes del amanecer se pusieron en marcha ambos ejércitos en busca de la batalla.
El ejército rebelde se encontraba en mal estado, con muchos enfermos. Sus líderes, George de Lalaing, el conde de Rennenberg, Philip de Lalaing, Robert de Melun y Valentín de Pardieu, estuvieron ausentes porque asistieron al matrimonio del barón de Beersel y Marguerite de Mérode en Bruselas. El mando del ejército quedó en manos de Antoine de Goignes.
Tal confianza tenía don Juan en la victoria de sus hombres que la noche anterior mandó añadir al estandarte real que él mismo había llevado en Lepanto, bajo la cruz de Cristo, la siguiente frase: “Con esta señal vencí a los turcos, con esta venceré a los herejes”. Octavio Gonzaga fue enviado, con algunas tropas, a entretener al enemigo hasta que llegara el grueso del ejército. A Gonzaga le salió demasiado cumplidor un capitán que empezó a hacer retroceder al enemigo. Preocupado de que esa acción forzase el ataque masivo del ejército contrario, le mandó Gonzaga al capitán un mensajero para que retrocediese. En mala hora y con mal tono llegó el mensaje. Indignado, pues pensó que se le tachaba de cobarde, Perote, que así se llamaba el capitán, contestó “que él nunca había vuelto las espaldas al enemigo, y aunque quisiera no podía” Todo ello iba provocando de forma un tanto involuntaria, que las tropas rebeldes se fueran encajonando en lo bajo y angosto de un paso en pendiente. Lo vio Alejando Farnesio, el cual montó a caballo y se arrojó al hoyo donde estaban las tropas rebeldes. Con el mismo ímpetu le siguieron los cabos más valerosos. Sus salvajes y repetidas cargas pusieron en fuga a la caballería enemiga. El ejército protestante trató de reagruparse, pero un cañón y su munición explotaron, causando muchas muertes y renovando el pánico. Mientras tanto, parte de las tropas rebeldes, en su mayoría holandesas y escocesas lideradas por el coronel Henry Balfour, intentaron tomar posiciones defensivas, pero no pudieron resistir a los mosqueteros y piqueros liderados por don Juan de Austria, Mondragón y Gonzaga. La victoria española fue completa, De Goignies fue tomado prisionero, junto con un gran número de sus oficiales. Se les arrebataron 34 banderas, la artillería y todo el bagaje. Mientras una parte de los que quedaron vivos no dejaron de huir hasta que llegaron a Bruselas, otra, para su perdición, pretendió fortificarse en Gembloux. No duraron mucho y se les perdonó la vida a cambio de un juramento de fidelidad al rey.
La intención de los rebeldes era presentar batalla a los hombres de don Juan en el mismo Namur pero, al tener conocimiento de que el ejército real venía ya de hecho a su encuentro, decidieron retirarse a Gembloux a meditar la situación. Antes del amanecer se pusieron en marcha ambos ejércitos en busca de la batalla.
El ejército rebelde se encontraba en mal estado, con muchos enfermos. Sus líderes, George de Lalaing, el conde de Rennenberg, Philip de Lalaing, Robert de Melun y Valentín de Pardieu, estuvieron ausentes porque asistieron al matrimonio del barón de Beersel y Marguerite de Mérode en Bruselas. El mando del ejército quedó en manos de Antoine de Goignes.
Tal confianza tenía don Juan en la victoria de sus hombres que la noche anterior mandó añadir al estandarte real que él mismo había llevado en Lepanto, bajo la cruz de Cristo, la siguiente frase: “Con esta señal vencí a los turcos, con esta venceré a los herejes”. Octavio Gonzaga fue enviado, con algunas tropas, a entretener al enemigo hasta que llegara el grueso del ejército. A Gonzaga le salió demasiado cumplidor un capitán que empezó a hacer retroceder al enemigo. Preocupado de que esa acción forzase el ataque masivo del ejército contrario, le mandó Gonzaga al capitán un mensajero para que retrocediese. En mala hora y con mal tono llegó el mensaje. Indignado, pues pensó que se le tachaba de cobarde, Perote, que así se llamaba el capitán, contestó “que él nunca había vuelto las espaldas al enemigo, y aunque quisiera no podía” Todo ello iba provocando de forma un tanto involuntaria, que las tropas rebeldes se fueran encajonando en lo bajo y angosto de un paso en pendiente. Lo vio Alejando Farnesio, el cual montó a caballo y se arrojó al hoyo donde estaban las tropas rebeldes. Con el mismo ímpetu le siguieron los cabos más valerosos. Sus salvajes y repetidas cargas pusieron en fuga a la caballería enemiga. El ejército protestante trató de reagruparse, pero un cañón y su munición explotaron, causando muchas muertes y renovando el pánico. Mientras tanto, parte de las tropas rebeldes, en su mayoría holandesas y escocesas lideradas por el coronel Henry Balfour, intentaron tomar posiciones defensivas, pero no pudieron resistir a los mosqueteros y piqueros liderados por don Juan de Austria, Mondragón y Gonzaga. La victoria española fue completa, De Goignies fue tomado prisionero, junto con un gran número de sus oficiales. Se les arrebataron 34 banderas, la artillería y todo el bagaje. Mientras una parte de los que quedaron vivos no dejaron de huir hasta que llegaron a Bruselas, otra, para su perdición, pretendió fortificarse en Gembloux. No duraron mucho y se les perdonó la vida a cambio de un juramento de fidelidad al rey.