Conclusión
Para Hegel, la filosofía es la más alta actividad del espíritu, ya que traduce a conceptos lo que la religión dice en relatos, que, ellos mismos, tenían en palabras lo que el arte presentaba en imágenes. Ciertamente, para él la verdad se hace perceptible en la belleza de una forma sensible; no obstante el espíritu solo reconquista el ser en su totalidad comprendiendo que la Naturaleza no es más que el espíritu que se exilia de sí y que hay una consubstancialidad de lo real y lo racional. Todo es comprensible por el espíritu porque, en el fondo, todo es espíritu.
El examen de la pintura mozárabe trastorna esta jerarquía. Viajando en las páginas de los Beatos, no estamos ante realidades sensibles aún próximas a las realidades naturales. Estamos en un mundo de imágenes que hablan mejor al alma que lo harían las palabras apoyando los conceptos, y que, al contrario, facilitan por su abstracción el acceso a la verdad del relato, sin por ello favorecer una pura seducción estética por la preponderancia de la ornamentación. Como si estallara en colores de fuego el momento mudo de un éxtasis, el inefable sentido del texto encontrándose cristalizado en formas y colores "surreales".
El término de ilustración no conviene absolutamente para nombrar producciones artísticas que son obras de arte de pleno derecho. En convento San Marco de Florencia, Fra Angélico no ilustra los Evangelios: al mismo tiempo que nos da la belleza de sus frescos, ofrece a nuestra inteligencia el fruto de su meditación sobre los textos.
Los Beatos no son una inútil paráfrasis del Apocalipsis (o de su comentario por el monje de Liébana): son visiones nacidas de una visión, de nuevas capas de verdad añadidas al texto profético. Así la Belleza no es más que una etapa en la ruta que conduce a la Verdad: el fuego de los colores se mezcla en el brasero de las palabras para lanzar en nuestras almas deslumbradas nuevas gavillas de significados.
Para Hegel, la filosofía es la más alta actividad del espíritu, ya que traduce a conceptos lo que la religión dice en relatos, que, ellos mismos, tenían en palabras lo que el arte presentaba en imágenes. Ciertamente, para él la verdad se hace perceptible en la belleza de una forma sensible; no obstante el espíritu solo reconquista el ser en su totalidad comprendiendo que la Naturaleza no es más que el espíritu que se exilia de sí y que hay una consubstancialidad de lo real y lo racional. Todo es comprensible por el espíritu porque, en el fondo, todo es espíritu.
El examen de la pintura mozárabe trastorna esta jerarquía. Viajando en las páginas de los Beatos, no estamos ante realidades sensibles aún próximas a las realidades naturales. Estamos en un mundo de imágenes que hablan mejor al alma que lo harían las palabras apoyando los conceptos, y que, al contrario, facilitan por su abstracción el acceso a la verdad del relato, sin por ello favorecer una pura seducción estética por la preponderancia de la ornamentación. Como si estallara en colores de fuego el momento mudo de un éxtasis, el inefable sentido del texto encontrándose cristalizado en formas y colores "surreales".
El término de ilustración no conviene absolutamente para nombrar producciones artísticas que son obras de arte de pleno derecho. En convento San Marco de Florencia, Fra Angélico no ilustra los Evangelios: al mismo tiempo que nos da la belleza de sus frescos, ofrece a nuestra inteligencia el fruto de su meditación sobre los textos.
Los Beatos no son una inútil paráfrasis del Apocalipsis (o de su comentario por el monje de Liébana): son visiones nacidas de una visión, de nuevas capas de verdad añadidas al texto profético. Así la Belleza no es más que una etapa en la ruta que conduce a la Verdad: el fuego de los colores se mezcla en el brasero de las palabras para lanzar en nuestras almas deslumbradas nuevas gavillas de significados.