Continúan las Actas (y de ello se hace eco Croisset) refiriéndonos los reproches del Emperador a los santos, tildándolos de necios, y la respuesta de éstos que no dudan en despreciar a Juliano por poner su confianza en unos mudos ídolos de piedra. Tras ello, vienen los azotes por parte de los verdugos y que, colgados de un leño les rasgasen los costados y les clavasen clavos en los talones, que son acompañados por las súplicas confiadas de los mártires a Aquél que padeció en la Cruz para salvar al género humano. A las amenazas siguieron las lisonjas, hechas por separado a los dos hermanos menores y al mayor, que todos rechazaron categóricamente, por lo que fueron objeto nuevamente del suplicio del fuego en los costados. Seguidamente, el tirano mandó clavar a Manuel un clavo en la cabeza y otros dos en los hombros y que fuera llevado, amarrado junto a sus hermanos, al lugar donde finalmente serían decapitados. Era el lunes 17 de junio de 362.