ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Muerte de Pedro según la tradición cristiana...

Muerte de Pedro según la tradición cristiana

La tradición católica de los Padres de la Iglesia, independiente del Nuevo Testamento, afirma que Pedro acabó sus días en Roma, donde fue obispo, y que allí murió martirizado bajo el mandato de Nerón en el Circo de la colina vaticana o en sus proximidades, sepultado a poca distancia del lugar de su martirio y que a principios del siglo IV el emperador Constantino I el Grande mandó construir una gran basílica sobre su sepultura.

Clemente Romano, en su Carta a los Corintios (80-98 d. C.), evoca la muerte de Pedro en términos que podrían sugerir un martirio, sin especificar dónde, cuándo ni cómo:​

Mas dejemos los ejemplos antiguos y vengamos a los luchadores que han vivido más próximos a nosotros: tomemos los nobles ejemplos de nuestra generación. Por emulación y envidia fueron perseguidos los que eran máximas y justísimas columnas de la Iglesia y sostuvieron combate hasta la muerte. Pongamos ante nuestros ojos a los santos apóstoles. A Pedro, quien, por inicua emulación, hubo de soportar no uno ni dos, sino muchos más trabajos. Y después de dar así su testimonio, marchó al lugar de gloria que le era debido.

Un pasaje del Evangelio de Juan en el que Jesús resucitado le habla a Pedro de su futura muerte (Juan 21:18-19) ha sido interpretado como una alegoría de que Pedro fue crucificado. ​Esta opinión sin embargo es discutida.​

En el siglo II, Tertuliano afirmaba que Pedro había sufrido una muerte similar a la de Jesús:

¡Cuán feliz es su iglesia, en la cual los apóstoles derramaron toda su doctrina junto con su sangre! ¡Donde Pedro soportó una pasión como la de su Señor!

El texto apócrifo Hechos de Pedro, escrito también en el siglo ii, relata que Pedro murió crucificado cabeza abajo: "Les suplico a los verdugos, crucifíquenme así, con la cabeza hacia abajo y no de otra manera". La famosa frase en latín "Quo Vadis?" que significa " ¿A dónde vas?" viene del mismo texto, y dice así:

Y Pedro les dice ninguno de vosotros salga conmigo, sino que saldré solo, habiendo cambiado la manera de mis vestidos. Y mientras salía de la ciudad, vio al Señor entrar en Roma. Y cuando Pedro lo vio, dijo: Señor, ¿a dónde vas Señor? (Quo Vadis? en la traducción en latín) Y el Señor le dijo: Voy a Roma para ser crucificado. Y Pedro le dijo: Señor, ¿vas a ser crucificado otra vez? Él le dijo: Sí, Pedro, voy a ser crucificado de nuevo. Y Pedro se volvió en sí mismo: y habiendo contemplado al Señor ascender al cielo, regresó a Roma, regocijándose y glorificando al Señor.

Pedro de Alejandría, que fue obispo de esa ciudad y falleció en torno a 311, escribió una epístola de nombre sobre la Penitencia, en la que dice: «Pedro, el primero de los apóstoles, habiendo sido apresado a menudo y arrojado a la prisión y tratado con ignominia, fue finalmente crucificado en Roma».​

Lactancio acusó en su obra Sobre la muerte de los perseguidores (318 d. C.) al emperador Nerón de la ejecución de Pedro y de Pablo:

Y mientras Nerón reinaba (54-68), el Apóstol Pedro vino a Roma, y, a través del poder de Dios que le encomendó a el, obró ciertos milagros, y, convirtió a muchos a la verdadera religión, construyendo un templo fiel y firme para el Señor. Cuando Nerón oyó hablar de esas cosas, y observó que no solo en Roma, sino en cualquier otro lugar, una gran multitud se rebelaba todos los días contra la adoración de ídolos, y, condenando sus viejas costumbres, se acercaban a la nueva religión, él, un despreciable y perverso tirano, se apuró para arrasar el templo celestial y destruir la verdadera fe. Él [Nerón] fue el primero en perseguir a los siervos de Dios. Él crucificó a Pedro y él mató a Pablo.

Eusebio de Cesarea afirmó que "está registrado que Pablo fue decapitado en la misma Roma, y que Pedro también fue crucificado bajo Nerón",​probablemente siguiendo el Comentario de Orígenes (que cita en su Historia Eclesiástica III, 1) que decía que:

Y al fin, después de haber venido a Roma, fue crucificado cabeza abajo, porque él había pedido que él pudiera sufrir de esta manera.

San Jerónimo en su obra Varones ilustres (De viris illustribus) repitió la idea:

De manos de Nerón, Pedro recibió la corona del martirio, siendo clavado a la cruz, con su cabeza hacia el suelo y sus pies hacia arriba, asegurando que él no era digno de ser crucificado del mismo modo que lo había sido su Señor.