La mejor oportunidad que tenemos es la vida que comienza a cada día.
MENTE, ESPÍRITU, ÁNIMO, ALMA, INTELIGENCIA, RAZÓN…
Muchos nombres para una misma realidad que se nos escapa de las manos. Y como tampoco acaban de apresar, aprehender o comprender el concepto para poder luego expresarlo, aún se desarrollan en otras formas derivadas que parecen más capaces de ejercer esa función. Y así seguimos con mentalidad, espiritualidad, animosidad; y elevamos las emociones a la categoría máxima y las consideramos como la sustancia y materia primera de la inteligencia, que hoy se apellida emocional; y sin dejar de lado la sensualidad, la primera elevación de los sentidos, saltamos al sentimiento, al sentimentalismo, a los sentimientos, a la sensibilidad y a la sensitividad.
Y haciendo abstracción de las facultades intelectuales, nos pasamos al intelecto, la razón, el raciocinio, la racionalidad. Y con eso aún no hemos agotado los nombres que se le dan a lo que en nosotros no es materia. Porque si fatigoso es demostrar que estamos formados por cuerpo y alma, más fatigoso es aún demostrar que sólo somos materia, y que todo lo que produce nuestra mente, nuestro corazón, nuestras entrañas (que la sede ha ido moviéndose con los tiempos y las culturas), es pura emanación corpórea.
Pero claro, resulta que en el reino animal somos únicos. Somos nada más y nada menos que “el animal racional” (¿seguro que es buena esa definición del hombre?). El ingenuo de Homero ya dio por descontada la existencia del alma, que escapaba del cuerpo cuando se abría en él una herida mortal; Platón, que vivía en el mundo de las ideas, supeditó el cuerpo al alma, la auténtica y eterna realidad humana. Pero es que también contó con la elevada potencia del alma el mismísimo Aristóteles, padre del dualismo metafísico y del racionalismo, y de la mecánica del razonamiento, es decir de la lógica. Debió acertar en eso el gran filósofo, pues como nos demuestra la informática, tanto la razón humana como la artificial sólo son capaces de procesar lo plural por turnos duales.
No somos sólo razonadores y creadores por tanto de entes de razón. Eso es decir poco. Somos el ente de razón por excelencia, origen y medida de todos los demás entes de razón. A nuestra imagen y semejanza los hemos creado todos, y en ellos sustentamos nuestras vidas. Pero aún hay más: hemos tocado con la varita mágica de la razón todas aquellas realidades que hemos querido incorporar a nuestras vidas y las hemos transformado en entes de razón, pues de lo contrario no podríamos razonarlas y someterlas a los demás procesos racionales. Es así como nos hemos convertido en mucho más que medida de todas las cosas.
Y para no quedarnos solos como entes de razón con personalidad y autonomía de existencia, he aquí que hemos concebido todo un universo de razón repleto de seres racionales constituidos por razón pura, sin nada de materia, espíritus puros entre los que el espíritu del hombre vive después de la muerte según algunas religiones, y antes incluso de su existencia encerrado en un cuerpo según otras creencias. Fue ese el mundo que concibió Platón, presidido por el espíritu supremo, el prototipo de la belleza, cuya sombra se proyecta en todo lo que existe. Es así como afianzamos nuestra razón y nuestra razón de ser.
MENTE, ESPÍRITU, ÁNIMO, ALMA, INTELIGENCIA, RAZÓN…
Muchos nombres para una misma realidad que se nos escapa de las manos. Y como tampoco acaban de apresar, aprehender o comprender el concepto para poder luego expresarlo, aún se desarrollan en otras formas derivadas que parecen más capaces de ejercer esa función. Y así seguimos con mentalidad, espiritualidad, animosidad; y elevamos las emociones a la categoría máxima y las consideramos como la sustancia y materia primera de la inteligencia, que hoy se apellida emocional; y sin dejar de lado la sensualidad, la primera elevación de los sentidos, saltamos al sentimiento, al sentimentalismo, a los sentimientos, a la sensibilidad y a la sensitividad.
Y haciendo abstracción de las facultades intelectuales, nos pasamos al intelecto, la razón, el raciocinio, la racionalidad. Y con eso aún no hemos agotado los nombres que se le dan a lo que en nosotros no es materia. Porque si fatigoso es demostrar que estamos formados por cuerpo y alma, más fatigoso es aún demostrar que sólo somos materia, y que todo lo que produce nuestra mente, nuestro corazón, nuestras entrañas (que la sede ha ido moviéndose con los tiempos y las culturas), es pura emanación corpórea.
Pero claro, resulta que en el reino animal somos únicos. Somos nada más y nada menos que “el animal racional” (¿seguro que es buena esa definición del hombre?). El ingenuo de Homero ya dio por descontada la existencia del alma, que escapaba del cuerpo cuando se abría en él una herida mortal; Platón, que vivía en el mundo de las ideas, supeditó el cuerpo al alma, la auténtica y eterna realidad humana. Pero es que también contó con la elevada potencia del alma el mismísimo Aristóteles, padre del dualismo metafísico y del racionalismo, y de la mecánica del razonamiento, es decir de la lógica. Debió acertar en eso el gran filósofo, pues como nos demuestra la informática, tanto la razón humana como la artificial sólo son capaces de procesar lo plural por turnos duales.
No somos sólo razonadores y creadores por tanto de entes de razón. Eso es decir poco. Somos el ente de razón por excelencia, origen y medida de todos los demás entes de razón. A nuestra imagen y semejanza los hemos creado todos, y en ellos sustentamos nuestras vidas. Pero aún hay más: hemos tocado con la varita mágica de la razón todas aquellas realidades que hemos querido incorporar a nuestras vidas y las hemos transformado en entes de razón, pues de lo contrario no podríamos razonarlas y someterlas a los demás procesos racionales. Es así como nos hemos convertido en mucho más que medida de todas las cosas.
Y para no quedarnos solos como entes de razón con personalidad y autonomía de existencia, he aquí que hemos concebido todo un universo de razón repleto de seres racionales constituidos por razón pura, sin nada de materia, espíritus puros entre los que el espíritu del hombre vive después de la muerte según algunas religiones, y antes incluso de su existencia encerrado en un cuerpo según otras creencias. Fue ese el mundo que concibió Platón, presidido por el espíritu supremo, el prototipo de la belleza, cuya sombra se proyecta en todo lo que existe. Es así como afianzamos nuestra razón y nuestra razón de ser.