Leyenda
Los primeros relatos sobre él aparecen en Grecia en el siglo VI y se habían extendido a Francia en el siglo IX. El obispo y poeta del siglo XI Walter de Speyer dio una versión, pero las versiones más populares de esta leyenda se originaron en la "Leyenda áurea" escrita por Jacobo de Vorágine en el siglo XIII.
De acuerdo con el relato legendario de su vida, Cristóbal fue llamado inicialmente Reprobus.
Era un cananeo de 5 codos de altura (unos 2,30 metros) y un rostro temible. Tras servir en el reino de Canaán, se le ocurrió ir a servir "al mayor rey que existiese". Fue a servir al rey que tenía la reputación de ser el más grandioso pero un día vio que ese rey se santiguaba ante la mención del Diablo. Por ello supo que ese rey le tenía miedo al Diablo, por lo que partió a buscar al demonio. Se topó con una banda de merodeadores y uno de ellos le declaró que era el Diablo, de modo que Cristóbal decidió servirle. Pero cuando él vio que su nuevo amo se apartaba de una cruz en el camino, se dio cuenta de que tenía miedo de Jesucristo, así que lo dejó para preguntarle a la gente dónde estaba Cristo. Así conoció a un ermitaño que le instruyó en la fe cristiana. Cristóbal se preguntaba a sí mismo cómo podía entonces servir a Jesús. Cuando el ermitaño le sugirió que ayunara y rezase, Cristóbal replicó diciendo que él no estaba dispuesto a realizar ese servicio. El ermitaño le sugirió entonces que, a causa de su gran tamaño y su fuerza, podría ayudar a Cristo ayudando a la gente a cruzar un peligroso río donde la gente solía perecer en el intento. El ermitaño le prometió que ese servicio le complacería a Cristo.
Cuando Cristóbal ya llevaba un tiempo realizando ese servicio, un niño pequeño le pidió que le ayudara a cruzar el río. Durante la travesía, el río creció y el infante parecía tan pesado como el plomo, hasta tal punto que Cristóbal apenas lo podía llevar y se encontró con una gran dificultad. Cuando finalmente alcanzó el otro lado, le dijo a la criatura: “Me has puesto en el mayor peligro. No creo ni que el mundo entero sea tan pesado en mis hombros como lo has sido tú”. Y el pequeño respondió: “Tú no sólo has tenido en tus hombros el peso del mundo, sino al Hombre que lo creó. Yo soy Cristo, tu Rey, a quien has servido en este oficio”. El niño luego se desvaneció.
Cristóbal visitó posteriormente Licia y allí consoló a los cristianos, que estaban siendo martirizados. Fue llevado ante el rey local, y se negó a realizar sacrificios a los dioses paganos. El rey intentó ganárselo con riquezas y enviándole a dos bellas mujeres para tentarlo. Cristóbal convirtió a las mujeres al cristianismo, como ya había convertido a cientos en la ciudad. El rey ordenó matarlo. Tras varios intentos fallidos, Cristóbal fue decapitado.
Los primeros relatos sobre él aparecen en Grecia en el siglo VI y se habían extendido a Francia en el siglo IX. El obispo y poeta del siglo XI Walter de Speyer dio una versión, pero las versiones más populares de esta leyenda se originaron en la "Leyenda áurea" escrita por Jacobo de Vorágine en el siglo XIII.
De acuerdo con el relato legendario de su vida, Cristóbal fue llamado inicialmente Reprobus.
Era un cananeo de 5 codos de altura (unos 2,30 metros) y un rostro temible. Tras servir en el reino de Canaán, se le ocurrió ir a servir "al mayor rey que existiese". Fue a servir al rey que tenía la reputación de ser el más grandioso pero un día vio que ese rey se santiguaba ante la mención del Diablo. Por ello supo que ese rey le tenía miedo al Diablo, por lo que partió a buscar al demonio. Se topó con una banda de merodeadores y uno de ellos le declaró que era el Diablo, de modo que Cristóbal decidió servirle. Pero cuando él vio que su nuevo amo se apartaba de una cruz en el camino, se dio cuenta de que tenía miedo de Jesucristo, así que lo dejó para preguntarle a la gente dónde estaba Cristo. Así conoció a un ermitaño que le instruyó en la fe cristiana. Cristóbal se preguntaba a sí mismo cómo podía entonces servir a Jesús. Cuando el ermitaño le sugirió que ayunara y rezase, Cristóbal replicó diciendo que él no estaba dispuesto a realizar ese servicio. El ermitaño le sugirió entonces que, a causa de su gran tamaño y su fuerza, podría ayudar a Cristo ayudando a la gente a cruzar un peligroso río donde la gente solía perecer en el intento. El ermitaño le prometió que ese servicio le complacería a Cristo.
Cuando Cristóbal ya llevaba un tiempo realizando ese servicio, un niño pequeño le pidió que le ayudara a cruzar el río. Durante la travesía, el río creció y el infante parecía tan pesado como el plomo, hasta tal punto que Cristóbal apenas lo podía llevar y se encontró con una gran dificultad. Cuando finalmente alcanzó el otro lado, le dijo a la criatura: “Me has puesto en el mayor peligro. No creo ni que el mundo entero sea tan pesado en mis hombros como lo has sido tú”. Y el pequeño respondió: “Tú no sólo has tenido en tus hombros el peso del mundo, sino al Hombre que lo creó. Yo soy Cristo, tu Rey, a quien has servido en este oficio”. El niño luego se desvaneció.
Cristóbal visitó posteriormente Licia y allí consoló a los cristianos, que estaban siendo martirizados. Fue llevado ante el rey local, y se negó a realizar sacrificios a los dioses paganos. El rey intentó ganárselo con riquezas y enviándole a dos bellas mujeres para tentarlo. Cristóbal convirtió a las mujeres al cristianismo, como ya había convertido a cientos en la ciudad. El rey ordenó matarlo. Tras varios intentos fallidos, Cristóbal fue decapitado.