Nombramiento como cardenal
Buenaventura gobernó la orden de san Francisco durante diecisiete años y, por esto, a veces se le llama el segundo fundador. En 1273, a la muerte de Godofredo de Ludham, el papa Clemente IV trató de nombrar a Buenaventura arzobispo de York, pero este consiguió disuadirle de ello. Sin embargo, al año siguiente, el beato Gregorio X le nombró cardenal y obispo de Albano, ordenándole aceptar el cargo por obediencia.
La tradición cuenta que, cuando fueron a su encuentro hasta cerca de Florencia, le hallaron en el convento franciscano de Mugello, lavando los platos. Como Buenaventura tenía las manos sucias, rogó a los legados que colgasen el capelo en la rama de un árbol y que se paseasen un poco por el huerto hasta que terminase su tarea. Solo entonces Buenaventura tomó el capelo y fue a presentar a los legados los honores debidos.
Gregorio X encomendó a Buenaventura la preparación de los temas que se iban a tratar en el Segundo Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión con los griegos ortodoxos, pues el emperador Miguel Paleólogo había propuesto la unión a Clemente IV. Los más distinguidos teólogos de la Iglesia asistieron a dicho Concilio. Buenaventura fue, sin duda, el personaje más notable de la asamblea. Llegó a Lyon con el papa, varios meses antes de la apertura del Concilio. Entre la segunda y la tercera sesión reunió el capítulo general de su orden y renunció al cargo de superior general. Cuando llegaron los delegados griegos, encabezados por el patriarca de Constantinopla Juan XI Beco, inició las conversaciones con ellos y la unión con Roma se llevó a cabo.
Buenaventura gobernó la orden de san Francisco durante diecisiete años y, por esto, a veces se le llama el segundo fundador. En 1273, a la muerte de Godofredo de Ludham, el papa Clemente IV trató de nombrar a Buenaventura arzobispo de York, pero este consiguió disuadirle de ello. Sin embargo, al año siguiente, el beato Gregorio X le nombró cardenal y obispo de Albano, ordenándole aceptar el cargo por obediencia.
La tradición cuenta que, cuando fueron a su encuentro hasta cerca de Florencia, le hallaron en el convento franciscano de Mugello, lavando los platos. Como Buenaventura tenía las manos sucias, rogó a los legados que colgasen el capelo en la rama de un árbol y que se paseasen un poco por el huerto hasta que terminase su tarea. Solo entonces Buenaventura tomó el capelo y fue a presentar a los legados los honores debidos.
Gregorio X encomendó a Buenaventura la preparación de los temas que se iban a tratar en el Segundo Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión con los griegos ortodoxos, pues el emperador Miguel Paleólogo había propuesto la unión a Clemente IV. Los más distinguidos teólogos de la Iglesia asistieron a dicho Concilio. Buenaventura fue, sin duda, el personaje más notable de la asamblea. Llegó a Lyon con el papa, varios meses antes de la apertura del Concilio. Entre la segunda y la tercera sesión reunió el capítulo general de su orden y renunció al cargo de superior general. Cuando llegaron los delegados griegos, encabezados por el patriarca de Constantinopla Juan XI Beco, inició las conversaciones con ellos y la unión con Roma se llevó a cabo.