Persecución de Valeriano
A finales de 256 se emprendió una nueva persecución de cristianos en tiempo del emperador Valeriano, y tanto Esteban como su sucesor Sixto II, fueron martirizados en Roma.
En África, Cipriano preparó a los fieles para el esperado edicto de persecución en su De exhortatione martyrii. El 30 de agosto de 257, ante el procónsul romano Aspasius Paternus se negó a realizar sacrificios a las deidades paganas y profesó firmemente su fe en Cristo.
El procónsul Paterno, a instancias del emperador Valeriano, le desterró a Curubis. Tuvo una visión que le anunció su destino. Cuando hubo transcurrido un año fue llamado de vuelta y se le mantuvo prácticamente prisionero en su propia villa, en espera de medidas más severas tras la llegada de un nuevo edicto imperial que ordenaba la ejecución de todos los clérigos cristianos, de acuerdo con los testimonios de los escritores cristianos.
El 13 de septiembre de 258 fue apresado por el nuevo procónsul, Galerio. Su ejecución se retrasó al día siguiente por enfermedad de Galerio, y fue sentenciado a morir por la espada el día 14 de septiembre del año 258. Su única respuesta fue « ¡Gracias a Dios!». La ejecución tuvo lugar cerca de la ciudad. Una gran multitud siguió a Cipriano en su último día. Se quitó sus prendas sin asistencia, se arrodilló, y rezó. Tras vendarse los ojos fue decapitado.
Su cuerpo, para evitar la curiosidad de los gentiles, fue retirado a un lugar próximo. Luego, por la noche, sacado de allí, fue conducido entre cirios y antorchas, con gran veneración y triunfalmente, al cementerio del procurador Macrobio Candidiano, situado en el camino de Mapala, junto a los depósitos de agua de Cartago. En el lugar de su muerte, se construyeron más tarde iglesias, que, sin embargo, fueron destruidas por los vándalos. Se dice que Carlomagno trasladó los huesos a Francia, y en Lion, Arlés, Venecia, Compiegne y Roenay aseguran que poseen reliquias del mártir.
Pasión de San Cipriano (Actas de los Mártires, siglo III)
Y el procónsul dijo: los sacratísimos emperadores te han ordenado que sacrifiques. San Cipriano respondió: No lo haré. Galerio Máximo, el procónsul, dijo: Recapacita. Cipriano obispo respondió: Haz lo que se te ha ordenado. En este asunto tan justo no hay deliberación. Galerio Máximo, el procónsul deliberó con su consejo la sentencia, y de mala gana y con poca fuerza dijo: Muchos han vivido sacrílegamente y has congregado muchos hombres en una conspiración nefanda, constituyéndote en enemigo de los dioses romanos y de los sagrados ritos. Y ni los piadosos y sacratísimos príncipes nuestros Valeriano y Galieno, augustos, y Valeriano, nobilísimo césar, pudieron traerte de nuevo a la práctica de sus ceremonias. Por tanto, puesto que eres declarado autor y portaestandarte de tan perverso crimen, como ejemplo para los que agregaste a tu crimen, con tu misma sangre se sancionará la ley. Y leyó el decreto de la tablilla: Nos parece conveniente condenar a muerte a Thascio Cipirano. El obispo Cipriano dijo: Gracias a Dios.
Tras su sentencia el pueblo de los hermanos decía: ¡Que nos decapiten también a nosotros!. Por eso surgió un tumulto entre los hermanos y una multitud lo seguía. Y así Cipriano fue llevado al campo de Sexto, detrás del pretorio, y allí se quitó el manto y lo extendió donde iba a ponerse de rodillas en tierra; entonces se quitó la dalmática y la dio a los diáconos y se quedó solo con la túnica y comenzó a esperar al verdugo. Cuando este llegó, Cipriano ordenó a los suyos que le diesen veinticinco monedas de oro. Los hermanos echaban ante él muchos lienzos y toallas. Cipriano se vendó los ojos con su propia mano. Puesto que no podía atarse las manos, Julián el presbítero y Julián el subdiácono lo ataron.
Así padeció martirio Cipriano...
A finales de 256 se emprendió una nueva persecución de cristianos en tiempo del emperador Valeriano, y tanto Esteban como su sucesor Sixto II, fueron martirizados en Roma.
En África, Cipriano preparó a los fieles para el esperado edicto de persecución en su De exhortatione martyrii. El 30 de agosto de 257, ante el procónsul romano Aspasius Paternus se negó a realizar sacrificios a las deidades paganas y profesó firmemente su fe en Cristo.
El procónsul Paterno, a instancias del emperador Valeriano, le desterró a Curubis. Tuvo una visión que le anunció su destino. Cuando hubo transcurrido un año fue llamado de vuelta y se le mantuvo prácticamente prisionero en su propia villa, en espera de medidas más severas tras la llegada de un nuevo edicto imperial que ordenaba la ejecución de todos los clérigos cristianos, de acuerdo con los testimonios de los escritores cristianos.
El 13 de septiembre de 258 fue apresado por el nuevo procónsul, Galerio. Su ejecución se retrasó al día siguiente por enfermedad de Galerio, y fue sentenciado a morir por la espada el día 14 de septiembre del año 258. Su única respuesta fue « ¡Gracias a Dios!». La ejecución tuvo lugar cerca de la ciudad. Una gran multitud siguió a Cipriano en su último día. Se quitó sus prendas sin asistencia, se arrodilló, y rezó. Tras vendarse los ojos fue decapitado.
Su cuerpo, para evitar la curiosidad de los gentiles, fue retirado a un lugar próximo. Luego, por la noche, sacado de allí, fue conducido entre cirios y antorchas, con gran veneración y triunfalmente, al cementerio del procurador Macrobio Candidiano, situado en el camino de Mapala, junto a los depósitos de agua de Cartago. En el lugar de su muerte, se construyeron más tarde iglesias, que, sin embargo, fueron destruidas por los vándalos. Se dice que Carlomagno trasladó los huesos a Francia, y en Lion, Arlés, Venecia, Compiegne y Roenay aseguran que poseen reliquias del mártir.
Pasión de San Cipriano (Actas de los Mártires, siglo III)
Y el procónsul dijo: los sacratísimos emperadores te han ordenado que sacrifiques. San Cipriano respondió: No lo haré. Galerio Máximo, el procónsul, dijo: Recapacita. Cipriano obispo respondió: Haz lo que se te ha ordenado. En este asunto tan justo no hay deliberación. Galerio Máximo, el procónsul deliberó con su consejo la sentencia, y de mala gana y con poca fuerza dijo: Muchos han vivido sacrílegamente y has congregado muchos hombres en una conspiración nefanda, constituyéndote en enemigo de los dioses romanos y de los sagrados ritos. Y ni los piadosos y sacratísimos príncipes nuestros Valeriano y Galieno, augustos, y Valeriano, nobilísimo césar, pudieron traerte de nuevo a la práctica de sus ceremonias. Por tanto, puesto que eres declarado autor y portaestandarte de tan perverso crimen, como ejemplo para los que agregaste a tu crimen, con tu misma sangre se sancionará la ley. Y leyó el decreto de la tablilla: Nos parece conveniente condenar a muerte a Thascio Cipirano. El obispo Cipriano dijo: Gracias a Dios.
Tras su sentencia el pueblo de los hermanos decía: ¡Que nos decapiten también a nosotros!. Por eso surgió un tumulto entre los hermanos y una multitud lo seguía. Y así Cipriano fue llevado al campo de Sexto, detrás del pretorio, y allí se quitó el manto y lo extendió donde iba a ponerse de rodillas en tierra; entonces se quitó la dalmática y la dio a los diáconos y se quedó solo con la túnica y comenzó a esperar al verdugo. Cuando este llegó, Cipriano ordenó a los suyos que le diesen veinticinco monedas de oro. Los hermanos echaban ante él muchos lienzos y toallas. Cipriano se vendó los ojos con su propia mano. Puesto que no podía atarse las manos, Julián el presbítero y Julián el subdiácono lo ataron.
Así padeció martirio Cipriano...