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Deseando intensamente vivir en ascetismo y hacer penitencia por sus pecados, Jerónimo marchó al desierto sirio de Qinnasrin o Chalcis (la Tebaida siria), situado al suroeste de Antioquía. Rechazaba especialmente su fuerte sensualidad, su terrible mal genio y su gran orgullo. Pero aunque allí rezaba mucho, ayunaba y pasaba noches en vela, no conseguía la paz y descubrió que no estaba hecho para tal vida a causa de su mala salud: su destino no era vivir en soledad:
Yo, que por temor del infierno me había impuesto una prisión en compañía de escorpiones y venados, a menudo creía asistir a danzas de doncellas. Tenía yo el rostro empalidecido por el ayuno; pero el espíritu quemaba de deseos mi cuerpo helado, y los fuegos de la voluptuosidad crepitaban en un hombre casi muerto. Lo recuerdo bien: tenía a veces que gritar sin descanso todo el día y toda la noche. No cesaba de herirme el pecho. Mi celda me inspiraba un gran temor, como si fuera cómplice de mis obsesiones: furioso conmigo mismo, huía solo al desierto... Después de haber orado y llorado mucho, llegaba a creerme en el coro de los ángeles.
Carta XXII a Eustoquia.
Es en esa época de Antioquía cuando empezó a interesarse por el Evangelio de los hebreos, que era, según las gentes de Antioquía, la fuente del Evangelio según San Mateo. Es más, en esta época comienza su primer comentario de exégesis bíblica por el más pequeño libro del Antiguo Testamento, el Libro de Abdías, para lo cual tomó tiempo para aprender bien el hebreo con ayuda de un judío:
Me puse bajo la disciplina de cierto hermano judío, convertido tras los altos conceptos de Quintiliano, los amplios períodos de Cicerón, la gravedad de Frontino y los encantos de Plinio; aprendí el alfabeto hebreo, ejercitándome en pronunciar las sibilantes y las guturales. ¡Cuántas fatigas sufrí! ¡Cuántas dificultades experimenté! A menudo desesperaba de alcanzar mi objetivo: todo lo abandonaba. Luego, decidido a vencer, reanudaba el combate. Testigos de ello son mi conciencia y las de mis compañeros. Sin embargo, le doy gracias al Señor de haber sacado tan dulces frutos de la amargura de tal iniciación en las letras.
Carta CXXIV, l2.
Tradujo entonces el Evangelio de los nazarenos, que él consideró durante cierto tiempo como el original del Evangelio según Mateo. En ese periodo empezó además su caudaloso Epistolario.
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Deseando intensamente vivir en ascetismo y hacer penitencia por sus pecados, Jerónimo marchó al desierto sirio de Qinnasrin o Chalcis (la Tebaida siria), situado al suroeste de Antioquía. Rechazaba especialmente su fuerte sensualidad, su terrible mal genio y su gran orgullo. Pero aunque allí rezaba mucho, ayunaba y pasaba noches en vela, no conseguía la paz y descubrió que no estaba hecho para tal vida a causa de su mala salud: su destino no era vivir en soledad:
Yo, que por temor del infierno me había impuesto una prisión en compañía de escorpiones y venados, a menudo creía asistir a danzas de doncellas. Tenía yo el rostro empalidecido por el ayuno; pero el espíritu quemaba de deseos mi cuerpo helado, y los fuegos de la voluptuosidad crepitaban en un hombre casi muerto. Lo recuerdo bien: tenía a veces que gritar sin descanso todo el día y toda la noche. No cesaba de herirme el pecho. Mi celda me inspiraba un gran temor, como si fuera cómplice de mis obsesiones: furioso conmigo mismo, huía solo al desierto... Después de haber orado y llorado mucho, llegaba a creerme en el coro de los ángeles.
Carta XXII a Eustoquia.
Es en esa época de Antioquía cuando empezó a interesarse por el Evangelio de los hebreos, que era, según las gentes de Antioquía, la fuente del Evangelio según San Mateo. Es más, en esta época comienza su primer comentario de exégesis bíblica por el más pequeño libro del Antiguo Testamento, el Libro de Abdías, para lo cual tomó tiempo para aprender bien el hebreo con ayuda de un judío:
Me puse bajo la disciplina de cierto hermano judío, convertido tras los altos conceptos de Quintiliano, los amplios períodos de Cicerón, la gravedad de Frontino y los encantos de Plinio; aprendí el alfabeto hebreo, ejercitándome en pronunciar las sibilantes y las guturales. ¡Cuántas fatigas sufrí! ¡Cuántas dificultades experimenté! A menudo desesperaba de alcanzar mi objetivo: todo lo abandonaba. Luego, decidido a vencer, reanudaba el combate. Testigos de ello son mi conciencia y las de mis compañeros. Sin embargo, le doy gracias al Señor de haber sacado tan dulces frutos de la amargura de tal iniciación en las letras.
Carta CXXIV, l2.
Tradujo entonces el Evangelio de los nazarenos, que él consideró durante cierto tiempo como el original del Evangelio según Mateo. En ese periodo empezó además su caudaloso Epistolario.
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