Arzobispo de Santiago de Cuba
El 6 de octubre de 1850 fue consagrado obispo en la catedral de Vic. El 10 de octubre llegó a Madrid, donde discutió con el ministro de Gracia y Justicia asuntos relativos a su diócesis. El 20 de octubre, en la capilla de la nunciatura, Brunelli le impuso el palio arzobispal. El 22 de octubre la reina Isabel II le concedió la Gran Cruz de Isabel la Católica, aunque se marchó de Madrid sin pagar los 3.000 reales que había que dar para ser caballero por parecerle un gasto superfluo. De vuelta a Cataluña, se detuvo en Zaragoza a orar ante la Virgen del Pilar. El 2 de noviembre visitó el Santuario de la Virgen de Montserrat, a cuyo cargo había puesto la Librería Religiosa, para poner también bajo su protección al pueblo de Cuba y su ministerio episcopal.
En Barcelona, se embarcó el 28 de diciembre en la fragata «Nueva Teresa Cubana». Hicieron escala en Málaga el 15 de enero, donde fue recibido por el obispo Salvador Ruiz y donde predicó 15 sermones. Llegó a su sede cubana el 16 de febrero de 1851.
El anterior arzobispo, Cirilo de Alameda y Brea, había tenido que huir por ser carlista y la sede llevaba vacante 14 años. Claret permaneció en Santiago de Cuba hasta marzo de 1857, en que fue llamado a Madrid.
Claret se dedicó a una serie de campañas misioneras para llevar la Palabra de Dios a todos los poblados y, en cuanto fuera posible, a plantaciones y granjas. Daría una importancia primordial a misiones y ejercicios.
El 26 de febrero comenzó con ejercicios espirituales al clero de Santiago. El 26 de febrero se dirigió al Santuario de la Virgen del Cobre para darle las gracias por el feliz término del viaje y para confiarle sus futuros trabajos apostólicos.
Los propietarios de los esclavos negros les hacían vivir en la incultura, les obligaban a trabajar los domingos e impedían su instrucción religiosa. Claret se preocupó por la evangelización de los negros. Para evitar abusos con ellos, publicó en 1851 una carta con las principales leyes de Indias. Combatió enérgicamente la legislación y praxis discriminatoria respecto del matrimonio entre personas de distinta raza.
Recorrió su extensa archidiócesis en los seis años de su mandato. Su primera expedición misionera comenzó el 20 de mayo de 1851 y terminó el 21 de marzo de 1853. Estuvo, entre otros lugares, en la villa de El Cobre, El Caney, Camagüey, Manzanillo, Nuevitas, Sibanicú, Las Tunas y Holguín.
Las otras dos peregrinaciones apostólicas fueron más rápidas por no tener el santo que detenerse tanto en las poblaciones, predicando misiones, confirmando a tanta gente o regularizando tantos matrimonios (las uniones matrimoniales no legalizadas estaban muy extendidas en la Cuba de entonces). La segunda comenzó el 8 de junio de 1853 y terminó el 25 de septiembre del mismo año. Lo llevó primero al puerto de Gibara, desde donde bajó a Holguín, subiendo luego otra vez a Gibara para embarcarse rumbo a Nuevitas y subió más tarde hasta Camagüey. La tercera comenzó el 21 de noviembre de 1853 y duró hasta el 14 de marzo de 1854. Se embarcó de nuevo hacia Nuevitas y subió hasta Camagüey, desde donde bajó por Guaimaro y Las Tunas, siguió para Baracoa, volvía a Bayamo, Yara y Manzanillo y subía hasta el puerto de Santa Cruz. A finales de octubre de 1854 realizó una cuarta excursión, que comenzó en Camagüey y continuó por Nuevitas, Gibara y Holguín.
En aquel entonces en Cuba había movimientos de secesión, aunque Claret no hablaba de política.
Poco después de haber llegado a la isla se produjo el primer intento de sublevación puramente cubano y sus líderes cayeron prisioneros y fueron condenados a muerte. Las familias de los condenados pidieron al arzobispo que intercediera por ellos. El general Concha no quiso oír la petición del santo en dos cartas del 25 de julio y del 8 de agosto de 1851. Los cuatro sublevados condenados a muerte pidieron confesarse con el arzobispo antes de morir. Claret sirvió como mediador entre los demás implicados y el capitán general para obtener que volvieran con disimulo a sus familias. Esa intervención no agradó a los que, desde fuera, buscaban una represión severa para mantener viva la rebelión. Claret sufrió un intento de envenenamiento y lo atribuyó a los partidarios de la anexión de Cuba a los Estados Unidos.
Muchos se formaban en el seminario de Santiago y, al final, decían que no querían ser curas. Luego terminaban su formación como abogados en los Estados Unidos y volvían poco afectos a la Iglesia Católica. En el seminario de La Habana pasaba lo mismo. Claret cambió los estatutos del seminario mejorando la preparación religiosa.
Consiguió del gobierno de Madrid los recursos necesarios para aumentar el número de sacerdotes y dedicarse a la renovación de los templos y objetos de culto.
En Cuba casi no existían las órdenes religiosas, tras la desamortización de 1835. El arzobispo logró que el gobierno autorizase, por Real Cédula del 26 de noviembre de 1852, la instalación de paúles, jesuitas, escolapios e hijas de la caridad.
En 1853 consagró su archidiócesis al Corazón de María y estableció en todas las parroquias la Archicofradía del Corazón de María. En Cuba fundó también la Asociación Apostólica “Nombre de María” y quiso que todos sus miembros se consagrasen al Inmaculado Corazón. Gran parte de sus esquemas de sermones sobre el Corazón de María proceden del tiempo que vivió en Cuba.
Claret llamó a María Antonia París, miembro de la Compañía de María, para llevar a cabo una tarea misionera y docente en la isla. En 1853 comenzó a funcionar en Santiago la escuela de niñas blancas y negras. María Antonia París se rebeló contra la legislación discriminatoria según la cual se prohibía la asistencia de niños de ambas razas a un mismo colegio. Sus aulas también acogen a niñas pobres de forma gratuita. María Antonia fundó el 25 de agosto de 1855 el Instituto Apostólico de la Inmaculada Concepción de María, que serían conocidas como las misioneras claretianas. El arzobispo firmó las constituciones del instituto.
Aumentó notablemente el número de parroquias de su diócesis: al llegar había 26 y creó 40 más.
Estableció en las cárceles escuelas de artes y oficios para la formación y ulterior reinserción social de los reclusos.
En 1852 se entregó a auxiliar a las víctimas de los terremotos y de una epidemia de cólera.
Implantó las primeras cajas de ahorros de la historia de Cuba en las parroquias a donde podían acudir los trabajadores, artesanos y pequeños propietarios. El reglamento establecía que las ganancias debían distribuirse entre viudas y pobres y para dotar a muchachas necesitadas.
Inició en Puerto Príncipe (actual Camagüey), con sus propias rentas, la construcción de la Casa de Beneficencia. Para ello compró un terreno a las afueras e hizo construir en el, un gran edificio compuesto de dos secciones, una para niños y otra para niñas, con una iglesia en medio. En el piso bajo irían los talleres, aulas y bibliotecas y en el piso superior los dormitorios. A la biblioteca y a las clases de agricultura podían acudir gratis las personas de los alrededores. En la finca había un huerto y un jardín botánico. El arzobispo había plantado con sus propias manos unos 400 naranjos. Proyectaba crear unas cuadras y unos corrales para animales para promover la mejora de las razas. Desgraciadamente, el proyecto quedó interrumpido por la llamada del arzobispo a Madrid.
El 1 de febrero de 1856 en Holguín un hombre con una navaja le hirió la cara y el brazo. El 23 de febrero escribió al papa para darle cuenta del atentado y para preguntarle si debía seguir o abandonar la isla. A fines de noviembre recibió la respuesta del papa, fechada el 8 de mayo, donde le decía que, sabiendo el bien que hacía, él quisiera que se quedase en Cuba, pero "si en tu prudencia conoces que puedes hacerlo sin peligro de tu vida". Tras esta respuesta, el santo se lanzó a una actividad creciente. El 21 de febrero de 1857 comenzó una misión y visita pastoral a Baracoa, que duró hasta el 8 de marzo. Sin embargo, el 18 de marzo, encontrándose en Santiago, recibió la noticia de que la reina le llamaba urgentemente a Madrid.
El 28 de marzo de 1857 se trasladó a La Habana, donde fue recibido por el obispo Francisco Fleix Solans. Predicó a varias congregaciones y pasó con los jesuitas la Semana Santa. El 12 de abril embarcó en el buque de guerra «Pizarro» con destino a Cádiz, a donde llegó el 18 de mayo. Pasó por Sevilla y Córdoba de camino a Madrid.
Dionisio González de Mendoza, colaborador de Claret en Santiago desde 1856, quedó como gobernador plenipotenciario del arzobispado hasta la toma de posesión del nuevo arzobispo el 13 de febrero de 1860. Este fue Manuel María Negueruela, preconizado ya el 24 de septiembre de 1859.
El 6 de octubre de 1850 fue consagrado obispo en la catedral de Vic. El 10 de octubre llegó a Madrid, donde discutió con el ministro de Gracia y Justicia asuntos relativos a su diócesis. El 20 de octubre, en la capilla de la nunciatura, Brunelli le impuso el palio arzobispal. El 22 de octubre la reina Isabel II le concedió la Gran Cruz de Isabel la Católica, aunque se marchó de Madrid sin pagar los 3.000 reales que había que dar para ser caballero por parecerle un gasto superfluo. De vuelta a Cataluña, se detuvo en Zaragoza a orar ante la Virgen del Pilar. El 2 de noviembre visitó el Santuario de la Virgen de Montserrat, a cuyo cargo había puesto la Librería Religiosa, para poner también bajo su protección al pueblo de Cuba y su ministerio episcopal.
En Barcelona, se embarcó el 28 de diciembre en la fragata «Nueva Teresa Cubana». Hicieron escala en Málaga el 15 de enero, donde fue recibido por el obispo Salvador Ruiz y donde predicó 15 sermones. Llegó a su sede cubana el 16 de febrero de 1851.
El anterior arzobispo, Cirilo de Alameda y Brea, había tenido que huir por ser carlista y la sede llevaba vacante 14 años. Claret permaneció en Santiago de Cuba hasta marzo de 1857, en que fue llamado a Madrid.
Claret se dedicó a una serie de campañas misioneras para llevar la Palabra de Dios a todos los poblados y, en cuanto fuera posible, a plantaciones y granjas. Daría una importancia primordial a misiones y ejercicios.
El 26 de febrero comenzó con ejercicios espirituales al clero de Santiago. El 26 de febrero se dirigió al Santuario de la Virgen del Cobre para darle las gracias por el feliz término del viaje y para confiarle sus futuros trabajos apostólicos.
Los propietarios de los esclavos negros les hacían vivir en la incultura, les obligaban a trabajar los domingos e impedían su instrucción religiosa. Claret se preocupó por la evangelización de los negros. Para evitar abusos con ellos, publicó en 1851 una carta con las principales leyes de Indias. Combatió enérgicamente la legislación y praxis discriminatoria respecto del matrimonio entre personas de distinta raza.
Recorrió su extensa archidiócesis en los seis años de su mandato. Su primera expedición misionera comenzó el 20 de mayo de 1851 y terminó el 21 de marzo de 1853. Estuvo, entre otros lugares, en la villa de El Cobre, El Caney, Camagüey, Manzanillo, Nuevitas, Sibanicú, Las Tunas y Holguín.
Las otras dos peregrinaciones apostólicas fueron más rápidas por no tener el santo que detenerse tanto en las poblaciones, predicando misiones, confirmando a tanta gente o regularizando tantos matrimonios (las uniones matrimoniales no legalizadas estaban muy extendidas en la Cuba de entonces). La segunda comenzó el 8 de junio de 1853 y terminó el 25 de septiembre del mismo año. Lo llevó primero al puerto de Gibara, desde donde bajó a Holguín, subiendo luego otra vez a Gibara para embarcarse rumbo a Nuevitas y subió más tarde hasta Camagüey. La tercera comenzó el 21 de noviembre de 1853 y duró hasta el 14 de marzo de 1854. Se embarcó de nuevo hacia Nuevitas y subió hasta Camagüey, desde donde bajó por Guaimaro y Las Tunas, siguió para Baracoa, volvía a Bayamo, Yara y Manzanillo y subía hasta el puerto de Santa Cruz. A finales de octubre de 1854 realizó una cuarta excursión, que comenzó en Camagüey y continuó por Nuevitas, Gibara y Holguín.
En aquel entonces en Cuba había movimientos de secesión, aunque Claret no hablaba de política.
Poco después de haber llegado a la isla se produjo el primer intento de sublevación puramente cubano y sus líderes cayeron prisioneros y fueron condenados a muerte. Las familias de los condenados pidieron al arzobispo que intercediera por ellos. El general Concha no quiso oír la petición del santo en dos cartas del 25 de julio y del 8 de agosto de 1851. Los cuatro sublevados condenados a muerte pidieron confesarse con el arzobispo antes de morir. Claret sirvió como mediador entre los demás implicados y el capitán general para obtener que volvieran con disimulo a sus familias. Esa intervención no agradó a los que, desde fuera, buscaban una represión severa para mantener viva la rebelión. Claret sufrió un intento de envenenamiento y lo atribuyó a los partidarios de la anexión de Cuba a los Estados Unidos.
Muchos se formaban en el seminario de Santiago y, al final, decían que no querían ser curas. Luego terminaban su formación como abogados en los Estados Unidos y volvían poco afectos a la Iglesia Católica. En el seminario de La Habana pasaba lo mismo. Claret cambió los estatutos del seminario mejorando la preparación religiosa.
Consiguió del gobierno de Madrid los recursos necesarios para aumentar el número de sacerdotes y dedicarse a la renovación de los templos y objetos de culto.
En Cuba casi no existían las órdenes religiosas, tras la desamortización de 1835. El arzobispo logró que el gobierno autorizase, por Real Cédula del 26 de noviembre de 1852, la instalación de paúles, jesuitas, escolapios e hijas de la caridad.
En 1853 consagró su archidiócesis al Corazón de María y estableció en todas las parroquias la Archicofradía del Corazón de María. En Cuba fundó también la Asociación Apostólica “Nombre de María” y quiso que todos sus miembros se consagrasen al Inmaculado Corazón. Gran parte de sus esquemas de sermones sobre el Corazón de María proceden del tiempo que vivió en Cuba.
Claret llamó a María Antonia París, miembro de la Compañía de María, para llevar a cabo una tarea misionera y docente en la isla. En 1853 comenzó a funcionar en Santiago la escuela de niñas blancas y negras. María Antonia París se rebeló contra la legislación discriminatoria según la cual se prohibía la asistencia de niños de ambas razas a un mismo colegio. Sus aulas también acogen a niñas pobres de forma gratuita. María Antonia fundó el 25 de agosto de 1855 el Instituto Apostólico de la Inmaculada Concepción de María, que serían conocidas como las misioneras claretianas. El arzobispo firmó las constituciones del instituto.
Aumentó notablemente el número de parroquias de su diócesis: al llegar había 26 y creó 40 más.
Estableció en las cárceles escuelas de artes y oficios para la formación y ulterior reinserción social de los reclusos.
En 1852 se entregó a auxiliar a las víctimas de los terremotos y de una epidemia de cólera.
Implantó las primeras cajas de ahorros de la historia de Cuba en las parroquias a donde podían acudir los trabajadores, artesanos y pequeños propietarios. El reglamento establecía que las ganancias debían distribuirse entre viudas y pobres y para dotar a muchachas necesitadas.
Inició en Puerto Príncipe (actual Camagüey), con sus propias rentas, la construcción de la Casa de Beneficencia. Para ello compró un terreno a las afueras e hizo construir en el, un gran edificio compuesto de dos secciones, una para niños y otra para niñas, con una iglesia en medio. En el piso bajo irían los talleres, aulas y bibliotecas y en el piso superior los dormitorios. A la biblioteca y a las clases de agricultura podían acudir gratis las personas de los alrededores. En la finca había un huerto y un jardín botánico. El arzobispo había plantado con sus propias manos unos 400 naranjos. Proyectaba crear unas cuadras y unos corrales para animales para promover la mejora de las razas. Desgraciadamente, el proyecto quedó interrumpido por la llamada del arzobispo a Madrid.
El 1 de febrero de 1856 en Holguín un hombre con una navaja le hirió la cara y el brazo. El 23 de febrero escribió al papa para darle cuenta del atentado y para preguntarle si debía seguir o abandonar la isla. A fines de noviembre recibió la respuesta del papa, fechada el 8 de mayo, donde le decía que, sabiendo el bien que hacía, él quisiera que se quedase en Cuba, pero "si en tu prudencia conoces que puedes hacerlo sin peligro de tu vida". Tras esta respuesta, el santo se lanzó a una actividad creciente. El 21 de febrero de 1857 comenzó una misión y visita pastoral a Baracoa, que duró hasta el 8 de marzo. Sin embargo, el 18 de marzo, encontrándose en Santiago, recibió la noticia de que la reina le llamaba urgentemente a Madrid.
El 28 de marzo de 1857 se trasladó a La Habana, donde fue recibido por el obispo Francisco Fleix Solans. Predicó a varias congregaciones y pasó con los jesuitas la Semana Santa. El 12 de abril embarcó en el buque de guerra «Pizarro» con destino a Cádiz, a donde llegó el 18 de mayo. Pasó por Sevilla y Córdoba de camino a Madrid.
Dionisio González de Mendoza, colaborador de Claret en Santiago desde 1856, quedó como gobernador plenipotenciario del arzobispado hasta la toma de posesión del nuevo arzobispo el 13 de febrero de 1860. Este fue Manuel María Negueruela, preconizado ya el 24 de septiembre de 1859.