Severino cristianizó las orillas del Danubio desde Viena a Passau, fortaleciendo la fe de los indígenas, amansando sorprendentemente a los feroces guerreros que cruzan aquellas tierras en busca del sur. Odoacro, jefe de la tribu germánica de los hérulos, que pronto sería dueño y señor de toda Italia, sentía por él un gran respeto, además Gibuldo, rey de los alamanes le tenía "suma reverencia y afecto" y lo escuchaba con mucho respeto. San Severino se negó a ser nombrado obispo, fundó monasterios, rescató cautivos, sustentó a los pobres e incluso se mostró experto en cuestiones militares, organizando retiradas estratégicas.