Sintiéndose próximo a la muerte, San Severino llamó al rey Fleteo y a su hermano Federico de Nórica, que acudieron a Favianis para recoger el testamento del monje, pidiéndoles que respetasen la hacienda de sus súbditos y proveyeran los monasterios faltos de ayuda. Nórico había sido una de las últimas dependencias del Imperio romano en el siglo V, todavía controlada desde Italia en el momento de la caída de Rómulo Augústulo en 476. El año 482 en la fiesta de Epifanía, anunció su muerte, aconsejó a cristianos y religiosos su fidelidad al Evangelio entre las invasiones y, después de recibir el viático, murió santamente cuando sus acompañantes leían la última frase del último salmo de la Biblia, el 150: Todo ser que tiene vida, alabe al Señor.