Un barrio de Viena, Sievering, le debe su nombre, y Austria le reconoce como su primer apóstol. Seis años más tarde, ante la irrupción de los bárbaros, sus cristianos descubren el cuerpo de San Severino, está incorrupto y, en una carreta, lo llevan hasta el Castrum Lucullanum en Nápoles; de allí pasaría en el 902 al monasterio napolitano de los santos Severino y Sossio. Después de la supresión de los monasterios de 1806, el arzobispo Michele Arcangelo Lupoli hizo trasladar los cuerpos de San Severino y San Sossio a la ciudad de Frattamaggiore (Nápoles). Actualmente, los restos mortales del santo se veneran junto a los de San Sossio en una capilla de la iglesia matriz de esta ciudad. Reliquias del santo también se veneran en la iglesia a él dedicada en San Severo (Foggia) y en la iglesia matriz de Striano (Nápoles).