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ALMONACID DEL MARQUESADO: El pueblo donde abrí yo los ojos, Donde gocé la infancia...

El pueblo donde abrí yo los ojos,
Donde gocé la infancia de todos mis sentidos,
Algo tiene distinto: es un nido de hogares
De colores hermanos, que parecen palomas
Que vuelan sin moverse del sitio en que nacieron:
Están como extasiados contemplando la tierra
Que llora con espigas de trigo y de cebada;
Están como pisando alfombra de alfalfa, están como ascendiendo por sierras de esmeralda.

Mi Pueblo es diferente porque no tiene nada,
Solamente unos cactos, que firmes a la entrada
Semejan centinelas de jade abrillantado,
Y después; sus geranios, bugambilias y yedras,
Que en las tapias se asoman como niñas nerviosas;
Y un puente cabizbajo, de piedra y de ladrillo,
Que tiene muchos años enamorando al río...

Mi Pueblo es diferente porque no tiene nada:
En él pasan los días sin prisa y sin horario,
Y sólo las campanas, de tiempo en tiempo exhalan,
El aroma vibrante de su santa palabra
Que estremece los aires y conmueve las almas...

Mi Pueblo es diferente porque no tiene nada:
Con el sol se transforma en muerte iluminada,
Y en las calles desnudas como sendas de brasas:
De vez en cuando cruza la humilde sombra exacta
De una niña o de un hombre, de un anciano o de un ángel,
Que se dan un saludo sin darse la mirada
Y se borran disueltos en la luz despiadada...

De noche, todo cambia: las hileras de casas
Se cobijan unidas con su negra frazada,
Y arrojan por sus puertas, la débil hemorragia
De luces amarillas que las calles taladran
Y en los muros de enfrente, sus anemias encuadran
Para fingir relámpagos cuando la gente pasa.
A las diez de la noche, la existencia se apaga;
Solamente los novios como ángeles oscuros
Aproximan sus bultos y en silencio se abrazan; así estarán mezclados en una negra llama
Hasta que el alba venga a separar sus alas.
Las estrellas vigilan, desde el cielo hacen guardia...

En ese Pueblo triste donde no pasa nada
Se abrieron mis sentidos como flores de asombro,
Se bañaron mis ojos en colores de selva;
Ahí soñé un romance, soñado y no alcanzado,
Sufrí la angustia interna del por qué de las cosas,
Y en las noches de luna, sonámbulo vagaba
Haciéndome preguntas que no me contestaba...
Ahí dejé mi infancia buscando mariposas,
Nadando en los arroyos, mordiendo frutos verdes,
Y abriendo las corolas de mis propios instintos,
Ardí en mis propias manos pensando en la manzana.
Nadie me enseñó el mal; lo aprendí de las aves,
De los potros ardientes, de los leves insectos.
Nadie me enseñó el bien; lo aprendí en las abejas,
En el perro casero que brincaba al mirarme,
En la caña de azúcar que endulzaba los labios
Y en los hombres del campo que cantaban canciones.