Y así, el alma, vestida de Dios, verá a Dios, y tratará con Él conforme al estilo del
cielo; y el cuerpo, casi hecho otra alma, quedará dotado de sus cualidades de ella, esto es, de inmortalidad, y de luz, y de ligereza, y de un ser impasible. Y ambos juntos, el cuerpo y el alma, no tendrán ni otro ser, ni otro querer, ni otro movimiento alguno más de lo que la gracia de
Cristo pusiere en ellos, que ya reinará en ellos para siempre gloriosa y pacífica.