Porque cierto es que la naturaleza ordenó que se casasen los hombres, no sólo para fin que se perpetuase en los hijos el linaje y nombre de ellos, sino también a propósito de que ellos mismos en sí y en sus personas se conservasen; lo cual no les era posible, ni al hombre sólo por sí, ni a la mujer sin el hombre; porque para vivir no basta ganar hacienda, si lo que se gana no se guarda; que, si lo que se adquiere se