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BELMONTE: SAN JERÓNIMO, PRESBÍTERO Y DOCTOR DE LA IGLESIA....

SAN JERÓNIMO, PRESBÍTERO Y DOCTOR DE LA IGLESIA.
30 de Septiembre.

La mejor apología que podemos hacer de San Jerónimo son las palabras que el Papa Benedicto XV le dedica en la Encíclica «Spíritus Paráclitus»: «el máximo doctor que dio el cielo, para interpretar la Divina Escritura». Nace alrededor del los años 330 en Estridón, una ciudad de Dalmacia.

Educado en Roma con los mejores maestros de la época, pronto destaca por su gran inteligencia. Siendo catecúmeno, se deja arrastrar en alguna ocasión por las malas influencias del ambiente, mas movido por la gracia, al terminar sus estudios, recibe el Bautismo. Renuncia a los caminos de gloria humana que le brindaba su dominio de los clásicos latinos y se entrega al estudio de la Palabra divina y a una vida de intenso ascetismo.

Después de una etapa viajera se traslada al desierto de Calcis. «Oh soledad dichosa, exclama, si tu padre para detenerte se tiende en el umbral de tu puerta, pasa por encima de él» (Carta a Heliodoro). Allí el santo anacoreta, entregado de lleno a la oración y el ayuno, se ve envuelto en un mar de tentaciones. Pero sale triunfante de ellas y con la virtudes más acrisolada, «... porque fiel es Dios que no permite que seamos tentados sobre nuestras fuerzas» (1 Cor. 10, 13).

Poco más de treinta años contaría San Jerónimo cuando se ordena sacerdote. Hacia el año 382, invitado por el Papa San Dámaso, se traslada a Roma donde llegó a ser nombrado secretario del Sumo Pontífice. Aureolado por el brillo de su santidad y ciencia, se le consulta siempre como defensor de la fe. Por orden del Papa emprende su obra cumbre: la traducción de los Sagrados Libros, que con el nombre de VULGATA, adoptó oficialmente la Iglesia. Hasta que se extinga su vida jamás dejará el estudio de la Sagradas Escrituras.

La Orden Jerónima. Merced a su influencia saludable, algunas damas de la nobleza dejarán el mundo para llevar vida escondida en Cristo. Muerto el Pontífice, se levantan tal serie de calumnias contra San Jerónimo que, pese a ser probada su inocencia, decide abandonar Roma. «Doy gracias a Dios, decía, porque me ha juzgado digno de que el mundo me odie».

Tras recorrer los Santos lugares, se establece en la gruta de Belén, donde se le unen muchos discípulos y son fundados varios monasterios femeninos por su dirigida Santa Paula, y uno masculino dirigido por el mismo.

Junto a sus trabajos bíblicos, fue inagotable sus labor en defensa del dogma ante la multitud de herejías reinantes.. Tras muchos sufrimientos murió el 30 de septiembre del año 420. «Amad la ciencia de la Escritura y no amareis los vicios de la carne», repetía San Jerónimo, «... Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo».